445. Nadie, Jamás

185 17 12
                                    


La Fortaleza de Hielo se mantenía inexpugnable, custodiada por los bárbaros tarakas que no han tardaron en matar a toda la guardia personal de la reina Ontari kom Azgeda y a la que había llegado desde Polis con la misión de escoltar y proteger al príncipe y consorte de la Heda de los Catorce Clanes, Roan kom Azgeda.

La nieve alcanzaba un espesor tal, que la mayoría de los desnudos árboles parecían solo trazos cubiertos por ella. Las frías ventiscas la elevaban desplazándola como cuchillas heladas en el viento.

Keryan, recién nombrado rey del Pueblo Taraka no tenía intención alguna de salir al exterior a comprobarlo. Había pasado tantas y tantas noches entre los gélidos muros de aquel imperterrito lugar, que recordaba perfectamente cada sensación allí vivida incluidos los castigos de la cruel reina Nia a la que le encantaba dejarle horas y horas en el patio interior a la intemperie hasta que el frío calaba en sus ropas y traspasaba sus huesos enrojeciendo su piel hasta sentirla abrirse y descascarillarse.

A Nia le gustaba verle sangrar, y no solo a él.

Todos aquellos prisioneros que Azgeda había conquistado pasaban por inigualables tormentos solo por mera venganza o entretenimiento de la despota reina.

Ahora él era quien regía allí. Ya no más miedo, ya no más terror, tan solo el que él imponía.

Se lo debía a su hermana, Costia había muerto a manos de Roan por mandato de Nia, y él le había prometido vengarla una vez regresase a Azgeda.

Sentado solo en el frío e imponente trono con los ojos puestos en la empuñadura de la espada que había usado para envenenar a la actual reina Ontari, sus pensamientos iban más allá de aquel instante, de aquel lugar.

A pesar de que se había proclamado rey de la Fortaleza del Hielo, no se sentía como tal. No aún.

Creyó que la venganza le traería mucha más paz de la que había obtenido al envenenar a Ontari y al encerrar a Roan y a ella en las mazmorras de aquel impúdico lugar.

No, no sentía esa clase de euforia que creyó que sentiría al ejecutar su plan.

Estaba solo en el espacioso salón, fuera de aquellas pesadas puertas sus guardias apostados por todo el lugar velaban porque nadie le reclamase el trono, especialmente la Heda de los Catorce Clanes.

Lexa no era un objetivo prioritario, tan solo un daño colateral más.

Ella no le interesaba, tan solo Roan, él era quien debía sufrir su ira y su venganza pasaba por Ontari y por su hijo Eilan, él cual mantenía encerrado y apartado de ellos. Y si esa era la forma más fácil y dolorosa para ajustar cuentas con él, no iba a dudar en utilizarles a ninguno en su provecho.

Ahora le quedaba pensar en el próximo paso a seguir, hacía mucho tiempo que no formaba parte de Azgeda, de los Trigedas y desconocía bien como estaba la situación.

Justo iba a levantar la vista hacia la puerta para convocar a uno de sus hombres de confianza cuando sintió la afilada hoja deslizarse por debajo de su garganta, cosa que le hizo tensarse inmediatamente.

—Tú debes ser la pequeña bastarda Wadesha de la que tanto he oído hablar —pronuncio aterciopeladamente él al tiempo que sentía como una finisima gota de sangre caía sobre el pecho de su chaleco—. Halena, ¿verdad?

—Tú sabes muy bien quien soy —respondió la joven Anorah endureciendo su rostro al escucharle observandole desde atrás del trono sin soltar la afilada espada que portaba—. Al igual que ahora yo sé quien eres tú y todo cuanto has hecho.

—Oh querida niña, no te haces una idea de lo que voy a hacerte en cuanto... —comenzó a decir Keryan en tono amenazante, antes de que Halena se llevase la mano libre a su cintura sacando una de sus dagas justo antes de clavársela inclementemente en el costado arrancándole un inesperado grito de dolor.

—Aullas al árbol equivocado —le interrumpió Halena con dureza y desden—. ¿Dónde está Eilan?

—Le tengo a buen recaudo y si me matas...—volvió a amenazar él volviendo a verse interrumpido.

—¿Matarte? —se burlo Halena al escucharle ladeando ligeramente la cabeza sin dejar de sujetar su cuello con la espada y la empuñadura de la daga con la otra—. Si quisiese matarte ya estarías muerto. ¿Dónde esta Eilan? ¿Dónde está Ontari? Dímelo y te dejaré ir.

—¿Cómo se que no mientes? ¿Cómo se que me dejaras ir?

—He tenido una semana muy larga de sobrellevar pero muy, muy larga así que solo te lo preguntaré una vez —repitió la chica endureciendo su mirada—. ¿Dónde les tienes?

—No saldréis de aquí —le espeto Keryan con desprecio mirándola de reojo sintiendo nuevas gotas de sangre deslizarse por su cuello—. Mis hombres no os dejaran, no sé como has entrado pero no creas ni por un momento que...

La mano que sujetaba la empuñadura de la daga giro bruscamente y un nuevo grito escapo de los labios del ahora trakara.

—Dale saludos a la diosa de mi parte.

Keryan cambió la expresión de su cara al oírla y justo cuando se dispuso a reaccionar, Halena movió la mano que sujetaba la afilada espada y la cabeza del rey de Ina Anak rodó escaleras abajo cayendo sobre la piel de la alfombra.

—Tenías mucha razón —dándole una mirada tras fijarse en la roja sangre de la espada deslizandose por la hoja hasta manchar el suelo—. Las bastardas Wadeshas no somos muy de fiar.

Esa absurda instigación se había acabado, se había terminado. Halena la primogénita de la Comandante de la Sangre y única Jusheda con vida hasta próximos nacimientos le había puesto fin.

Nadie iba a amenazar a su gente, nadie amenazaría a su pueblo y nadie, nunca volvería a osar alzarse contra su madre, contra Ontari kom Azgeda ni contra el pequeño descendiente de la Nación del Hielo.

Nadie, jamás.

Continuara...

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 3 ... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora