425. Revelación

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Ontari kom Azgeda, reina de la Nación del Hielo y recién proclamada reina de los Trakaras, permanecía completamente inmóvil sobre el exquisito y ancestral suelo de mármol del venerado templo de la cruel Ina Anak, incapaz de apartar sus turbados ojos de aquel hermoso rostro que tan familiarmente le devolvía la mirada desde el otro lado del amplio salón.

Sus ojos... aquellos resplandecientes ojos eran únicos en el mundo. Eso era algo que ella siempre había creído desde la primera vez que se cruzaron con los suyos.

Tanto dolor, tanta bondad, tanta fiereza, tan poca vanidad... conocía esos ojos. Cada línea, cada curva, cada cicatriz de aquel delicado y curtido rostro, lo conocía todo acerca suya o eso quería creer...

—Tú no eres ella...—logró articular la joven reina conmocionada tras varios segundos de silencio—. No sé quien eres pero sé... sé que no eres ella...

La pérfida guardiana se sonrió grácilmente al escucharla hablar así justo antes de tomar entre sus dedos unas pequeñas frutas rojizas que capturaron la luz ante sus ojos.

—Pero no estás tan segura de ello, ¿verdad? —murmuró sutilmente la guardiana devolviendo las pequeñas frutas a su lugar sin dejar de sonreírse de reojo—. Si lo estuvieses, yo probablemente ya yacería muerta en el suelo...

Escrutando cada centímetro de piel a la vista, Ontari se vio incapaz de hallar una respuesta que no evidenciara las dudas que su mente y su corazón planteaban.

Esa mujer... esa... esa guardiana o lo que realmente fuese... era idéntica a una de las personas a las que más había apreciado y querido en toda su vida y aún así, era incapaz de encontrar una misera diferencia entre ellas.

—¡Tú no eres ella, no lo eres! —se precipitó Ontari señalándola duramente de forma acusadora a punto de perder la poca paciencia que le quedaba—. ¡No podrías ser ella ni aunque volvieses a nacer en su cuerpo, dime quien eres! ¡Dímelo!

Aquella exigencia en lugar de infundir temor en el corazón de la guardiana, tan solo despertó su interés y su risa cosa que solo consiguió enfurecer aún más a Ontari.

—¡Dime quien eres o juro por Pramheda que el próximo cuerpo que adorne este templo, será el tuyo! —prometió la joven reina de la Nación del Hielo desenvainando su espada con destreza.

La guardiana que contempló con parsimonia la escena, se sonrió más apaciblemente que antes y caminando hacia ella dejó que la punta de su espada presionase la fina piel de su cuello.

Podía sentir como las manos de Ontari temblaban ligeramente por el fragor del momento mientras sus ojos escrutaban los suyos con ansiedad, y desesperación en busca de una verdad que satisficiese su deseo de descifrar lo que estaba ocurriendo.

—Adelante, mátame... —pidió la aterciopelada voz de la guardiana al tiempo que una apacible sonrisa afloraba en su rostro—. Un paso... un solo paso es todo cuanto necesitas para que tu espada atraviese mi garganta y otra vida perezca en tus manos...

La rabia, la impotencia y el deseo contenido no solo hizo temblar aún más las manos de Ontari que sujetaban la empuñadura sino que estaba logrando que sus ojos se llenasen de lágrimas de dolor.

—¿A qué estás esperando? —volvió a preguntar suavemente la voz fingiendo inocente ingenuidad sin dejar de mirarla con aquella grácil sonrisa—. ¿No eras tú quien iba a reinar de forma implacable?... ¿no eras tú quien deseaba ver caer la sangre de tus enemigos?... ¿no eras tú la que estabas dispuesta a todo para proteger a tu pequeña molestia?...

Endureciendo la mirada Ontari supo que se refería a Eilan, su pequeño hijo y heredero legitimo de Azgeda.

—Le abandonaste a su suerte... le abandonaste como la criatura molesta e inmunda que era y deseaste con todas tus fuerzas que Nia te deshiciera de tal abominación, ¿no es así?... —susurro la guardiana al tiempo que avanzaba un paso hacia ella que hizo retroceder a Ontari sin dejar de apuntar su espada hacia su garganta—. Le dejaste en manos del mismo monstruo que hizo de ti la despiadada asesina que eres hoy, le dejaste allí para que sobreviviera... para que su padre... el príncipe impío de la absoluta nada, débil y corrompible le maldijera...

—Eso... eso no es cierto... —tembló Ontari entre lágrimas con dureza e inseguridad en la voz.

—Ambos le dejasteis allí, le abandonasteis a vuestro placer para que esa arpía hiciese de él un ser grotesco y roto como lo sois vosotros... —continuó acusando la melodiosa voz frente a ella en tono dulce y acusador—. No... alguien debía cuidar de él, alguien como yo...

—Tú no eres Halena, no eres ella... —se defendió Ontari rápidamente antes de sentir como la joven guardiana con el rostro de la primogénita de Heda y la única hasta el momento Jusheda apartaba con la mano la espada de su cuello aferrando su puño cerrado a la hoja mientras su sangre se agolpaba rociando suavemente el suelo.

—Puede que no lo sea... —susurró la joven antes de sujetar por el chaleco a Ontari pegando su cuerpo con fuerza al suyo justo antes de inclinarse y susurrar a su oído unas últimas palabras.

—O puede que esta sea yo... puede que quien está en Polis, no sea realmente ella...

Los ojos de Ontari se abrieron poco a poco de pura conmoción mientras que todas aquellas imágenes de los momentos vividos junto a Halena y a Eilan llegaban a su mente en forma de torrente y como las palabras, los gestos llenaban los vacíos que nadie hasta aquel entonces había podido llenar.

—Lastima, Ontari... que ya nunca vayas a saberlo...—susurró con una sonrisa prendida en sus labios justo antes de que una hoja afilada resonase por toda la inmensa estancia al tiempo que un sonido ahogado escapaba de unos labios que ya no emitirían sonido alguno para siempre.

Ontari que cayó de rodillas al suelo absoluta y completamente conmocionada levantó lentamente la mirada mientras una solitaria lágrima se deslizaba por su mejilla y allí de pie, tras la guardiana, Halena absolutamente imponente sujetaba su largo cabello plateado hacia atras mientras que su otra mano mantenía la hoja clavada hasta la empuñadura en lo más profundo de su corazón.

—No debisteis traerla aquí... —advirtió la autentica Halena al oído de la conmocionada guardiana cuyo rostro iba desfigurándose hasta malograrse y revelarse como la anciana que era en el templo.

Ontari que sencillamente no podía creer lo que sus ojos veían contemplaba con ojos fijos y horrorizados a Halena cuya aparición despertaba en ella más terror del que jamás se vio capaz de experimentar llegando de esa niña.

Pero allí estaba...

Grácil..

Silenciosa...

Letal...

Todo cuanto Nia, Lexa y ella, habían hecho de ella...

Todo cuanto los Noharas, los Anorahs y los Wadeshas habían hecho de ella.

El monstruo que jamás quiso ver, el monstruo que siempre supo que debió ser...

El ser en que siempre debió convertirse y que Ontari nunca quiso ver...

Continuara...

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 3 ... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora