466. El Fin De Una Era

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Debían hacer un alto en el camino, debían detenerse por el bien de Eilan. El camino hasta Polis desde Azgeda era largo, duro y difícil.

Habían atravesado los desnudos bosques, pasado por algunas heladas colinas y atravesado gélidas aguas rumbo a la capital de la Coalición para reunir al ejercito de Heda y recuperar el control de la Nación del Hielo y de sus tierras.

Ahora que habían alcanzado algunas verdes tierras a las afueras de Azgeda, se habían detenido para beber y descansar al borde de un pequeño claro cuya cascada surgía de entre las rocas que encumbraban una montaña y sus aguas caían limpias y frescas.

Ontari había acostado al pequeño Eilan sobre su abrigo en la hierba tras darle de beber algo de agua, y no había tardado nada en anudar una trampa cercana con la intención de cazar algo que les alimentase antes de proseguir con su camino junto a Roan y a Halena.

Había dado gracias por las armas que habían logrado robar a aquellos incautos guerreros trakaras que se habían cruzado fuera de las mazmorras con ellos, y que ahora servirían para arrebatarles la vida a la caza que les alimentaría y les devolvería las fuerzas.

Roan kom Azgeda, príncipe de Azgeda y consorte de la Heda de los Catorce Clanes, por su parte se había dedicado a reunir madera seca encendiendo una pequeña hoguera que les mantuviese calientes especialmente a Eilan.

Los primeros rayos del día ya despuntaban en el cielo y a diferencia de Azgeda el espesor de la verde madre selva, les resguardaba de ser vistos y encontradas por cualquiera que les siguiera.

Halena que estaba de pie junto a su yegua deslizaba su mano por las crines de esta mientras veía como bebía con avidez presa de la sed de la larga y tediosa carrera.

Apenas había cruzado cuatro palabras con ellos desde que abandonaron las frías tierras de Azgeda, y se mantenía al margen desde que habían decidido detenerse a pasar buena parte de la mañana allí para descansar y reunir fuerzas.

Roan sopló un poco y alargó sus manos recibiendo el calor de las chisporroteantes llamas que conformaban la hoguera. Incluso él que estaba acostumbrado al frío más absoluto, necesitaba de ella.

—Esto es lo que haremos —dijo convencido mirándolas fugazmente antes de mirar de nuevo la hoguera—. Llegaremos a Polis, pondremos a salvo a Eilan. Los Natblidas pueden protegerle, reuniremos a los catorce ejércitos y marcharemos contra Azgeda. Heda ni siquiera tiene porque enterarse de esto, obligaremos a los trakaras a abandonar nuestras tierras.

—No, Heda tiene que saberlo —repuso la gélida reina dándole una mirada a Roan tras ir a sentarse junto a Eilan.

—No hay necesidad de confrontarla con ellos, cuando les expulsemos de Azgeda...—insistió Roan dispuesto a terminar la frase viéndose interrumpido por una distante Halena.

—Eso no ocurrirá —musitó la primogénita de Heda sin mirarles aún centrada en calmar a aquella yegua.

—¿Qué no ocurrirá? —pregunto desconcertada Ontari elevando su mirada para buscarla con ella encontrándola tras Roan—. ¿Qué les expulsemos de Azgeda?

Halena que parecía realmente agotada, absorta meneó sutilmente la cabeza.

—¿Qué puedes saber tú que yo no sepa? —preguntó Roan endureciendo la expresión ante aquella reafirmación de ella.

—Ina Anak es una deidad perversa —respondió la joven Anorah justo antes de alzar la cabeza contemplándoles a ambos con reticencia—. La diosa es capaz de meterse en tu piel, de corromperte desde lo más profundo de tu mente. Todo tu ser, toda la voluntad que puedas tener no es comparable al poder que ejerce la diosa. Ella es fuerte, mucho más fuerte.

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 3 ... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora