422. Oh, Diosa...

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El bronco y pesado sonido de las enormes puertas del Templo de Ina Anak abriéndose frente a los llameantes ojos de Ontari kom Azgeda, reina de la Nación del Hielo y recién proclamada reina de los Trakaras resonó por todo el espacioso lugar provocando un eco tan atroz como ensordecedor.

La enorme edificación de mármol y piedra, que tenía ante si la asombraba a la par que impresionaba. No imaginaba que aquellas gentes salvajes poseyesen algo así. Incluso los guerreros azgedakrus retrocedieron ante tanta belleza y esplendor.

Esculpidas en piedra y bronce, se elevaban unos seis o siete metros del suelo pesadas figuras femeninas unidas entre si por gruesos eslabones de cadenas de oro tan pesados que algunas de las figuras se habían desquebrajado por el peso a lo largo del tiempo.

En sus gruesos muros miles de cuerpos parecían postrados y ofrecidos en sacrificio a la diosa. Ontari elevó la mirada contemplando aquel esperpéntico espectáculo y dudó de lo que sus ojos parecían estar viendo.

Cadenas, lanzas, escudos, mazas, flechas bañadas en bronce clavadas entre los cuerpos que parecían estar cubiertos de una especie de cera, piedra liquida o alguna clase de barro que no llegaba a identificar pero cuya realidad era un hecho.

Aquellas caras de sufrimiento, aquel horror latente en sus rostros, aquellas ropas que se advertían bajo tanta crudeza era real. Totalmente real, hombres, mujeres y niños sacrificados, pudriéndose al cuidado de la diosa.

¿Qué era aquello? ¿Qué clase de horrendas criaturas formaban aquel extraño pueblo del que se había apropiado? ¿Qué clase de bestia inmunda era la diosa Ina Anak para que se la venerará de aquella repugnante forma?...

El olor... aquel infecto, desagradable y nauseabundo olor que desprendía el enorme interior tan solo contrastado por el dulzón hedor de la fruta fresca y los elixires ofrecidos en cada rincón de la sala, hizo que Ontari retirase la mirada.

La batalla había sido ardua y había durado algunas horas antes de que el pueblo se rindiese al dominio de Azgeda pero nada había sido tan difícil de ver como lo que se encontraba allí dentro en aquel momento.

—¡Bienvenida seas, reina Ontari! —proclamó una dulce y grácil voz que resonó por todo el inmenso lugar haciendo que todos los hombres de Ontari se tensasen alzando espadas y escudos.

—¿Quién ha dicho eso? —se atrevió a preguntar la joven reina alzando la voz con determinación y con cierta temeridad.

—Mi nombre es Tikrit y soy la Sagrada Guardiana de la gran diosa —anunció la aterciopelada voz mientras asomaba su figura descendiendo la enorme escalinata que había en el fondo de la estancia, envuelta en una capa larga y roja cuya ancha capucha impedía verle la cara.

Ontari que se fijó en como las puntas de sus largos cabellos blancos rozaba la tela de sus rodillas al descender los escalones de elegante manera, mantuvo la mano cerca de la daga de su cintura dispuesta a sacarla en cuanto se prestase la ocasión.

Llamó su atención mucho pues no parecía tener el aspecto de ninguna de las mujeres trakaras que había visto hasta aquel instante y aunque no podía verle el rostro su voz delataba que era joven.

—Pide a tus hombres que se retiren y te la mostraré.

—Mi reina, ¿no creerá que...? —se adelantó su segundo al mando antes de que Ontari le interrumpiese sin apartar sus ojos de aquella extraña apariencia.

—Retiraos.

—Pero mi reina... —insistió el guerrero no muy seguro de querer dejarla a solas con ella.

—Obedeced —ordenó Ontari al oírle volviendo la cabeza para enfrentarle.

El imponente guerrero terminó asintiendo y haciendo un gesto a sus hombres que enseguida retrocedieron abandonando el templo.

El más absoluto silencio reinó entonces mientras Ontari contemplaba como la mujer más que caminar parecía deslizarse entre las figuras que adornaban aquel extraño lugar.

—La diosa advirtió que vendrías, más solo unos pocos creyeron su palabra. A todos les parecía imposible que alguien cruzase el angosto mar para conquistar nuestras tierras..

El anuncio tomó por sorpresa a Ontari que no quiso hacerlo notar.

—Pero aquí estás... joven, imponente y hermosa tal como ella predijo... —murmuró aterciopeladamente la desconocida dándole la espalda para arrancar una cereza de una enorme bandeja frugal colocada cerca de una de las abominables paredes decoradas con hedor y muerte—. ¿Hay algo por lo que quieras implorar?...

—No he venido a Terra Ianka a implorar —se impuso Ontari con dureza clavando sus ojos en ella.

—¿A qué has venido entonces? —preguntó la extraña joven bajo la capucha volviéndose hacia ella—. ¿A conquistar? ¿a matar?...

Ontari que palideció al verle el rostro al fin dejo caer la daga al suelo retrocediendo un par de pasos. No podía ser... no... no podía ser cierto...

—Tú...—susurró prendada e incrédula, totalmente abotargada ante su presencia.

Una fría sonrisa curvó la comisura de los labios de la chica cuyo aspecto se hizo más evidente a la vista al llevar la mano a la capucha para retirársela del rostro.

—No puede ser... —murmuró Ontari casi horrorizada al tiempo que tal belleza era revelada—. No...

—La diosa sabía que este aspecto te gustaría... —susurró la joven deslizando el dorso de su mano suavemente por el tan familiar rostro para Ontari.

Ontari que se quedo completamente petrificada apenas pudo negar imperceptiblemente con la cabeza, mientras se fijaba al detalle en aquel perfectamente esculpido rostro que de ningún modo podía ser real.

—Ahora... mi dulce belleza helada... —se sonrió la ahora cada vez más familiar muchacha dando dos pasos más hacia ella—. Tú y yo, vamos a charlar...

Continuara...

Asumamoslo, Ahora Esto Es Lo Que Somos 3 ... (#TheWrites)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora