22. La tranquilidad de lo abandonado

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 A pesar de que a Nuna le daba un mal rollo tremendo aquel pueblecito habitado por estatuas no pudo negarse a dar una vuelta por sus callecitas. El principal motivo era que la presencia de Muma ayudaba a espantarlos los miedos que provocaban aquellas inquietantes estatuas de felices rostros horrendos.

¿Qué era lo que le provocaba tanta inquietud a Nuna? ¿Quizás aquellos ojos grandes, demasiados abiertos, con una intensidad en la mirada que parecían que estaban buscando tu punto débil para matarte de la manera más rápida posible? ¿O puede que fuera que todos cargaban con unas sonrisas que se alargaban demasiado?

A pesar de que la manera en que Muma la cogía de la mano, Nuna no dejó de sentirse inquieta y deseaba de todo corazón que en la siguiente isla lo más terrorífico fueran los precios de los pastelitos que se pensaba comprar sí o sí. De todas formas, paso a paso se fue acostumbrada a aquel extraño pueblo habitado por estatuas.

Recorriendo las silenciosas calles de pueblo, construcciones de piedra pintada de blanco manchado por el paso del tiempo. Todas seguían un mismo estilo, sencillas construcciones vacías de presencia humana, quizás solo habitadas por fantasmas, estatuas y recuerdos.

Caminaron sin rumbo fijo, por calles tranquilas que crecían sin un plano determinado, enrollándose entre ellas como serpientes haciendo el amor. Por aquí y por allá, más y más estatuas. Viejos sentados en un banco, una pareja besándose en el umbral de una casa, un gato durmiendo en mitad de la calle...

—¿Quizás sea un tipo de museo al aire libre? —preguntó Muma, mirando a un grupo de niños estatuas que jugaban con una pelota en un callejón.

—¿Pero qué sentido tiene un museo si no hay visitantes? —contestó Nuna.

—Sí... Además parece que está abandonado... —dijo Muma.

La gran mayoría de las casas tenían los cristales rotos, hierbas salvajes crecían entre las baldosas de la calle, plantes correderas subían por las paredes de los edificios, los carteles de los bares y tiendas estaban descoloridos... Se respiraba un abandono apacible, un silencio que solo era roto por los sonidos de la naturaleza: el soplar del viento, el rumiar de las olas...

—Quizás... Muma, ¿existen bichos como la Medusa en el Archipiélago? —preguntó Nuna y casi se esperaba girar por una esquina y encontrarse a aquel monstruo con serpientes en la cabeza y el poder de convertirte en piedra solo con mirarte.

—¿Por qué me preguntas a mí? Si tú llevas viviendo aquí más tiempo que yo... Además, con esas caras no creo que fueran personas de verdad... y si lo fueran, creo que es bueno que fueran convertidas en estatuas... —comentó Muma.

Giraron por una esquina y se encontraron con algo raro: la estatua de un hombre mayor que se estaba moviendo. Tardaron unos segundos en darse cuenta de que no era una estatua, ¡sino una persona humana de verdad! El viejo las miró con los ojos desorbitados y dijo:

—¿Qué...uh...? ¿Qué...? —Y luego se desmayó. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora