185. Gemidos, aullidos y gritos

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Ese mismo día el cabreo persistía y no fue aplacado por la fiesta sexual que se montaban el bruto y la verdosa. Por la noche al final se habían cansado, pero al aparecer el sol por la raya del horizonte, y después de la ducha de Muma, volvieron a estallar los gemidos de pasión, aullidos de sexo y gritos de erotismo. En esta ocasión, no hizo surgir en Muma nada de la excitación de la noche anterior, solo acentuar el malhumor y regalarle una ración de cefalea.

Se tomó un café en la cocina, también una manzana que por allí había en un cuenco lleno de ellas. Pero eran mordiscos sin ganas ni hambre, todo lo que había sucedido en aquella mañana eran martillazos a su ánimo y aquel dolor de cabeza no ayudaba a mejorar la perspectiva del presente.

Pensó que en el balcón estaría mejor, que el aire libre silenciaría los gritos, aullidos y gemidos. Al mismo tiempo que calmase los pinchazos que no dejaban de torturar su extenuado cerebro. De algo sirvió, allí se pudo calmar un poco e incluso fue a mejor cuando en el horizonte su vista perfiló la visión de una isla, pero la gran pregunta era...

—¿Eso es Alsi...? ¿Es Alsi? —preguntó conteniendo la excitación, pero dicha pregunta no fue respondida porque fue lanzada a Tunante, quien se limitó a mirarle con una cara que, más o menos, le decía:

—¿Tú qué crees?

Por la alegría del momento, corrió en dirección al cuarto de las únicas personas que le podrían confirmar la identidad de tal isla. Abrió la puerta con contundencia sin darse cuenta de la actividad en la que se encontraba involucrados la bizarra pareja. Boquiabierta se quedó Muma ante la visión y el corazón dio un paso adelante con fuerza.

Quizás lo mejor sea no describir la imagen del coito entre el gran Butfais y la pequeñita Junco, cubiertos de sudor ambos, desnudos completamente, de cuerpos que eran puro contraste entre las formas esculpidas de Butfais y las suavizadas de la mujer verde. Tampoco sería propicio comenzar a describir el falo del dholoriano que si bien cierto era grande, no se podía decir que fuera exagerado ni monstruoso ni desproporcionado. Esa clase de criaturas fálicas suelen provocar más daño que placer y, en cambio, el pene de Butfais, con su tamaño moderadamente normal, parecía creado para encajar perfectamente en Junco, en cuyo rostro brillante por el sudor apareció sonrisa cansada, pero satisfecha, y de pelos revueltos sobre su mirada.

—Eh, Muma... ¿No ves que estamos en medio de algo? ¿O es que quieres participar? Una más nunca bien mal, ¿no, Butfais?

El dholoriano se encontraba justo detrás de Junco, con las manos sobre un trasero prominente y, en esto se fijó la Muma, que a pesar del momento íntimo él seguía llevado sobre la mirada el sombrero de chef.

—A mí no me importaría. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora