114. Amargo despertar

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 A la mañana siguiente, Naida se levantó pérdida en la gran cama de su habitación. Grande y lujosa, con el tipo de muebles que valía más dinero que el que un túnica Violeta podría reunir en toda su vida. El recuerdo del día pasado era borroso, como si hubiera sido un sueño o una fantasía, y pronto se olvidaría de él aplastado por el peso de la rutina.

Vestía con un pijama de seda, de un valor tan grande que le resultaba obsceno. Le dolía pensar que mientras ella vivía rodeada de lujos, los túnicas Violeta vivían en la miseria. Pisó el suelo de mármol con sus pies desnudos, el frío le resultó desagradable. A pesar de que ya estaba acostumbrada.

Caminó con rapidez en dirección a la puerta e intentó abrirla, pero estaba cerrada con llave. Un gemido escapó de su garganta, de nuevo era un pajarillo encerrado en una jaula de oro y si ya había sido difícil liberarse la primera vez, ahora sería completamente imposible.

Arrastró el alma hasta el amplio ventanal que dibujaba una bella imagen de la amplia ciudad de Acudid, pero no podía abrirla, pues se encontraba enrejada. Tocó los hierros de un feo negro, de una textura desagradable, sintió el asco en el estómago y las lágrimas en el rostro.

Se acordó de Somat, muerto en el suelo, con la garganta abierta. Asesinado por su culpa, si nunca se hubiera marchado del Castillo Paleta, Somat no hubiera acabado de aquella trágica manera. Era injusto, odiaba su vida, quería escaparse, pero permanecía encerrada... el resto de su vida, se temía.

¡¿Por qué?! Gritó en silencio y lágrimas mudas cayeron pesadas de sus ojos, pena con la forma de ramas de rosa rodeaban y pinchaban su corazón. Al momento, una injusticia tremenda era lo que sentía y deseó, con odio, que el plan de Nadría tuviera éxito. Quizás si su madre muriera, por fin las cosas podrían mejorar en Acudid.

¡Y a lo mejor hasta podía ser libre por fin! Acabada la monarquía, ¿quién necesitaba a una princesa? Tiraría su título a la basura, se olvidaría de él, y se largaría bien lejos, olvidaría su nombre real y se convertiría en Naida, una simple chica, nada, nadie... Naida.

Pero de pronto, se estremeció por la violencia de sus pensamientos: no quería que su madre muriera. Si bien era capaz de entender el odio que ardía en el corazón de los revolucionarios, ella era incapaz de compartirlo. Para bien o para mal, era su madre y la quería y también la odiaba, pero no deseaba que muriera.

Se tiró sobre la cama, acompañada de la desesperación, de saber que nada cambiaría y todo seguiría igual. El destino ya se encontraba escrito y no había sorpresas para ella, solo una vida encadenada hasta el punto final, un bonito cadáver que llevaría en su cabeza una pesada corona que nunca quiso.

Tímidos golpes en la puerta.

—¿Puedo entrar, hija...? —preguntó una voz asustada, era su madre: la reina. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora