130. Una noche ajetreada

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Ella vestía con una túnica de color verde, lo cual significaba que era de una clase más alta que la de Nadría. Índigo, debajo de él solo estaban los violetas y por encima todo un mundo inalcanzable para él. Era de noche, pasadas las diez y Nadría iba de la cocina, de la barra, a través de las pobladas mesas de gente de múltiples colores, pero ningún violeta, ningún índigo, ya no permitían la entrada a nadie de su categoría. A menos que trabajase.

A pesar de eso, a Nadría no le importaba porque estaba trabajando y cuando lo hacía desconectaba el cerebro y simplemente dejaba que su cuerpo se moviera por entre las mesas en la búsqueda de clientes, escribir con letra menuda en una libreta los pedidos y regresar a la barra.

Butfais también trabajaba de camarero y se hacía raro ver a la mole grisácea caminando, con dos bandejas en las manos cargadas de jarras de cerveza espumeante, elegantes vasos de vino, tubos de cristal rellenos de líquidos de todos los colores.

A menudo daba la impresión de que Butfais tropezaría y dejaría caer todo el contenido de sus bandejas sobre algún pobre cliente, no obstante eso no sucedió: ni en los cuatro días anteriores ni en los siguientes.

En la cocina, Ooh trabajaba incansablemente, cocinando con una sonrisa en la cara y recuerdos de su vida junto a su mujer, ambos trabajando en el restaurante de ella florecían en su mente y, en cierta manera, añoraba aquella vida tranquila.

Rota por él, por el ímpetu de su libido, de su poca fuerza de voluntad, culpa de él, porque acabó con la cabeza enterrada entre los generosos pechos de la hermana de su mujer, no una vez, ni dos, ni tres. Hasta que, al final, la causalidad hizo que su mujer fuera testigo de su flaqueza moral y le diera la patada en el culo.

Sin otro lugar al que ir, Ooh decidió regresar al Instituto Valiente y retomar su papel como investigador de lo paranormal. A partir de ese día, navegaría a lo largo del Archipiélago de las Mil Islas, pero pese a la aventura, su mente siempre regresaba a su mujer, a la vida tranquila que él rompió y al deseo de un perdón que no llegaría y que bien sabía que no merecía.

Nadría se dio cuenta de que alguien lo miraba con intensidad, una picazón en el cogote que no podía ser la picadura de una araña. Al final se dio cuenta de que eran los ojos curiosos de esa chica, ocultos tras unas grandes gafas. Sí, ella lo miraba y no eran ilusiones suyas. Una chica cualquiera, morena, con una carita graciosa y vestida de verde. Reunida en una mesa junto a lo que debían ser amigos y amigas, ellos serían entre chanzas y bromas, sin embargo, ella permanecía un poco apartada de las conversaciones para mirar disimuladamente a Nadría. Y este no podía dejar de preguntarse, ¿Por qué? ¿Qué tenía él de interesante? 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora