169. Ganas de sexo

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 Al día siguiente, Nadría se encontraba en el balcón de la casita, al cual se accedía a través de la habitación de Muma y también por la de Ooh, pero esta ya no existía desde la noche en que el viejo de Antioquía se marchó para no volver. Ahora, fue intercambiada por una sala abierta que contaba con unas sillas alrededor de una mesa bajo un reloj de cuco, que tocaba los segundos con un suave tic-tac.

En el susodicho balcón, Nadría apoyaba los codos sobre la barandilla y miraba la niebla que se revolvía sobre el mar. Era espesa, quizás la más espesa que él había visto en su vida, y en el gris bailaban formas que parecían querer hipnotizarlo, caprichos naturales que no pertenecían a ningún ser real. Por lo menos eso era lo que parecía a simple vista.

Él esperaba pacientemente que apareciera el loro de Butfais, Pitiminí, pues su mayor deseo era marcharse cuanto antes del restaurante y volar en dirección al castillo de los Dientes Rotos. Al cerrar los ojos, ya se podía imaginar a la hermosa dholoriana completamente desnuda sobre la cama, esperando excitada que viniera él para hacerla aullar de placer.

—Será maravilloso —dijo Nadría, con una sonrisa boba, y odiando cada segundo que pasaba sin que viniera Pitiminí.

De pronto, una sombra oscura surgió en la niebla y el corazón le dio un vuelco, pues formaba la silueta de una mujer muy, pero que muy atractiva. Se relamió los labios, nervioso, imaginándose que era la mismísima Mhala Shora que había venido solo por tener encontrarse con él cuanto antes. Era posible, ¿no?

—¿Hola...? —preguntó Nadría, la razón de su mente parecía distorsionarse en aquel escenario grisáceo, en donde lo imposible parecía volverse posible.

—Hola... —contestó la figura desde la niebla, con una voz femenina y hermosa.

—¿Eres tú Mhala Shora? —preguntó con un hilo de voz.

—Soy yo...

—¿Has venido a por mí? Butfais debe de haberte informado... ¿no...? —preguntó y, aunque había en una parte de su cerebro que le gritaba que fuera precavido, las ganas de acostarse con la dholoriano eran demasiado grandes, tanto que incluso comenzaban a doler.

—Sí...

—¿De verdad eres tú, eres Mhala Shora? —preguntó Nadría, pero ya no había ninguna duda en su mente. No hay mayor crédulo que el anhela con ansias las mentira.

—Soy Mhala Shora...

—¡Lo sabía, sabía que eras ella! —chilló Nadría, con lágrimas en los ojos de pura alegría que sentía —. ¡Ven conmigo, ven ahora, tengo una habitación en la que podemos... en la que podemos conocernos mejor!

—No... ven aquí... ven a la niebla...

—¿Qué...?

—Se está mejor aquí... te lo prometo...

Nadría dudó unos instantes, pero la razón pronto murió ahogada por el deseo, pues así grandes eran las ganas que tenía de acostarse con la dholoriana. Se despojó de la túnica, se quitó las sandalias, los calcetines e incluso los calzones y después se lanzó a la niebla lanzando un grito de pura alegría. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora