163. Sala de comunicaciones

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 Muma le dio un patadón a la puerta de entrada del Restaurante errante y entró como un vendaval. En su cara resurgía un cabreo inmenso, con vena sobresaliéndole en la frente, boca tan arrugada que parecía que se hubiera comido unos cuantos limones y unos ojos de los cuales chispeaba furia.

—Oh, Muma... ¡Me alegra que regresaras! Quería preguntarte una cosa —dijo Nadría, quien llevaba una escoba en la mano y una medalla colgada del pecho, que se la habían dado por haber salvado la vida de la reina.

—¡Ahora no, Ooh! ¡Tengo que hablar inmediatamente con Butfais! ¡¿Dónde estás condenado dholoriano, dónde has escondido tu cara de mentiroso?! —gritó al espacio vacío del local, pues después del atentado contra la vida de la reina había permanecido cerrado.

—Ooh no está, yo soy Nadría —dijo el pelirrojo, muy sonriente, pero Muma no escuchaba las palabras necias que salían de sus labios al moverse, toda su atención y cabreo estaban destinados hacia una sola persona: Butfais, quien acababa de salir de la cocina frotándose las manos con un paño.

—¿Qué sucede? —preguntó y Muma ya se acercaba a él con potentes pasos militares, con la boca abierta ya preparada para gritar, con los ojos desquiciados.

—¡¿Qué problema tiene tu emperatriz?! ¡Me dijo que Serren la bruja podía hacer que Nuna volviera a ser humana, pero resulta que no es así! ¡Ni siquiera tiene poderes mágicos, le llaman la bruja porque es una zorra! —gritó Muma, levantado las manos al cielo en aspavientos que no controlaba ella, sino la rabia de su corazón.

—¿Hummm...? Eso no es posible, mi emperatriz no haría algo así. Ella no miente, los dholorianos no mentimos... estoy seguro de que debe de haber alguna explicación al respeto —dijo Butfais, con una moderación y un razonamiento que no gustó nada a Muma y tentada estuvo a darle una buena bofetada, pero le parecía que el careto gris del dholoriano era bien duro y no quería romperse la muñeca.

—¡Pues exijo ahora mismo hablar con ella! ¡Sino, no tendré más remedio que echarte del barco, Butfais! —gritó Muma y el plan era, básicamente, echarlo cuando le dijera que no podía comunicarse con la emperatriz, por lo menos no con un asunto tan nimio como ese. La satisfacción de dejarlo abandonado en la ciudad de Acudid era casi suficiente como para calmar su rabia.

—Oh, claro. Vayamos a la sala de comunicaciones —dijo Butfais y, dándose la vuelta, comenzó a caminar por el largo corredor dejando a Muma estupefacta.

—¿Sala de comunicaciones...? ¿Desde cuándo tenemos una sala de comunicaciones...? —se preguntó, calmada un poco la furia, pero ni de lejos extinguida. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora