172. Soluciones drásticas a problemas tristes

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Al día siguiente, Muma se despertó con una sonrisa en la cara, toda la melancolía y la tristeza de los días anteriores se había esfumado como por arte de magia. Con paso alegre, se dirigió al balcón y se alegró aún más al ver un día de esos perfectos, con un gran sol en el cielo, escasas nubes y calorcito.

—¡Qué buen día hace hoy! —soltó Muma, desperezándose cual gata perezosa y bostezando a la mañana abierta y llena de posibilidades.

Nunanejo se encontraba a su lado, rozando con su cuerpecillo el pie desnudo de la boca hipopótamo. Supongo que a ella también le gustaba ese día o quizás estuviera contenta porque Muma lo estaba o quién sabe lo que piensa los conejos, quizás solo sueñen con largos prados libres de lobos y zorros sobre los que corretear y juguetear y zamparse fresas, lechugas, brécol, tomates...

—¡Buenos días, Tunante! Espero que hayas dormido estupendamente —le dijo Muma a la tortuhogar.

Tunante giró la cabeza un poquito para lanzarle una mirada distraída, le parecía bien que estuviera de buen humor porque la tristeza de los días anteriores le amargaba el ambiente de la casita y a puntito estuvo de lanzarla a los tiburones. Afortunadamente, en esos momentos se encontraba de buen humor y ya no había que pensar más en soluciones drásticas a problemas tristes.

Muma respiró el aire marino con toques salidos y cierto aroma a algas, le gustaba mucho y lo mejor es que dentro de poco podría recuperar a su querida, añorada, amada Nuna y entonces todo estaría bien cerquita de ser perfecto.

Algo brillante en el suelo de madera del balcón llamó su atención y, al acercarse, descubrió que se trataba de una placa con forma de arco iris. Muma frunció el ceño, recordaba haberla visto colgada en la túnica verde de Nadría. Era la Medalla del Mérito Civil Arco Iris y la boca hipopótamo negó con la cabeza sonriendo.

—Qué descuidado es el chaval... no debería dejar algo tan importante por ahí tirado. Supongo que se lo tendré que devolver, ¿no, Nunanejo? —preguntó dándole vueltas a la susodicha medalla.

Ella no contestó porque era un conejo.

—Oh, pues creo que eso será un poco difícil —dijo una voz profunda que solo podía pertenecer a Butfais. Él acababa de salir al balcón y llevaba en sus manos una bandeja en la cual había unas cuantas grandes y sabrosas coles. Tunante las miró, ya hacía un buen rato que tenía ganas de llenarse el estómago.

—¿Qué quieres decir con eso? —preguntó Muma, un tanto confusa: no creía que fuera difícil encontrar al pelirrojo dentro de la casita que, al fin y al cabo, demasiado grande no era.

—Desapareció, creo que se lo tragó la niebla —informó Butfais y lanzó una de las coles al agua. De inmediato, fue devorada por la voraz tortuhogar.

—Pero qué me estás contando... —murmuró Muma, aquello no tenía ni pies ni cabeza y quería saber más, su curiosidad había sido despertada. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora