128. La marca

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 Micaela cerró la puerta de la casa medio derruida y lanzó un largo suspiro, después se volvió en dirección a Muma, una pequeña sonrisa surgió cuando le dijo:

—¿Ahora me crees, eh? Es peligros que andes por ahí fuera, que te estás buscando y no te creas que será bonito que te pillen —dijo la pelo rosa y Muma asintió con la cabeza, lentamente.

—¿Pero no podías dejarme cerca? Con ese poder que tienes no te resultará demasiado difícil. ¡Incluso podrías abrir una puerta de dentro! —comentó Muma, dándose un golpe en la frente con la palma de la mano, ¿por qué no se le había ocurrido aquella idea antes? ¡Si era lo más evidente de todo!

Se sintió un poco estúpida, pero no tardó demasiado en que se le pasara.

—Oye tú, que mi poder tiene limitaciones. No puedo ir abriendo puertas de sitios interiores ni de lugares en donde nunca estuve... De tenerlo, ¿no pensarías que los utilizaría para matar a la reina y ya está? —preguntó Micaela.

—Pues vaya birria... —murmuró Muma y miró la calle en la nocturnidad, iluminada por farolas cuya luz era de color naranja, amarillo, con insectos que volaban a su alrededor.

Le gustaría caminar por aquella calle sin ninguna preocupación en su mente, simplemente ser una turista más en la multitud. Visitar los monumentos de la ciudad, comer en su sitio rico y bailar en la discoteca por la noche para luego dormir una larga mañana.

—Ya, lo siento mucho... pero las cosas son así —le dijo la pelo rosa y se metió por el estrecho callejón que acababa en aquellas escaleras que llevaban al, mal llamado cuartel.

Muma se apresuró a seguir, sentía en la oscuridad la mirada de azules malévolos. No quería acabar en la cárcel, alejada de Nuna, de Tunante, de todas las aventuras que pensaba vivir. Pero por el momento tendría que quedarse en aquella húmeda vivienda de largos corredores.

—Siento haberte dado una bofetada el otro día... aunque más o menos te lo buscaste —dijo Muma, pues cuando Micaela le enseñó los pechos, se puso tan nerviosa que reaccionó dándole una de sus bofetadas más sonoras.

—Ya, no hace falta que me lo recuerdes. Cada vez que me miró al espejo me acuerdo de eso —comentó y giró la cabeza, para enseñar en uno de sus mofletes la marca rojiza de la mano de Muma.

—Por lo que sé, nunca ninguna duró tanto como la tuya —dijo, sintiendo admiración.

La conversación continuaba, sin decir cosas demasiado importantes. Bajaron por los escalones que daba a la puerta del cuartel y allí se metieron. Aquella noche no le sucedería nada más a Muma, simplemente se metió en cama y al poco estaba roncando feliz. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora