33. La Pústula Sangrienta

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Muy lejos de la isla en dónde Muma, Nuna y Ooh bailaban como si no hubiera mañana Y Tunante se zampaba unas buenas coles), navegaba otra tortuhogar. Pero esta no era joven sino vetusta, pues cargaba sobre su caparazón cientos y cientos y cientos de años. Era incluso más gigantesca que los barcos de guerra más grande y su sola visión era capaz de quitar el aliento al menos impresionable.

Teniendo esto en cuenta, bien se podía decir que no era grande sino titánica y por si esto fuera poco, no portaban en su caparazón con una mona casita de cuentos de hadas sino un inmenso castillo de color negro con torres terminadas en punta, tan afiladas que parecían querer acuchillar el cielo. Las numerosas banderas que ondeaban en el castillo mostraban el dibujo de una herida abierta y, gracias a eso, podías saber que aquel era el Castillo de los Dientes Rotos perteneciente a la Pústula Sangrienta.

El salón del trono era un inmenso espacio, tanto que no se veía el techo pues este se perdía en una espesa oscuridad. Había personas entre las inmensas columnas, aunque no sé si esa es la palabra correcta porque ninguno de ellos era humano. Formas extrañas de apariencias que querían ser humanas, pero iban un paso más allá y se convertían en monstruosas.

Por ejemplo, uno de ellos era altísimo, con unos músculos que parecían estar tallados. Su cabeza está cubierta por un caso de hierro que oculta sus ojos y deja a la vista una boca horrenda, siempre abierta, que deja a la vista unos dientes irregulares y amarillos, con suciedad de color entre y otro. El poderoso pecho de la criatura aparece al desnudo pues solo estaba cubierto por dos cintas de cuero que le rodean la cintura y le caían por los hombros juntándose en un aro que tenía justo en medio del pecho.

Una larga alfombra de color sangre cruzaba la estancia desde la entrada hasta un macabro trono fabricado con huesos de diversas criaturas y uno podría jurar que varias de las calaveras eran humanos o, como mínimo, algo demasiado parecido a un humano.

Sentada en el trono había una mujer gigantesca, poderosa e intimidante. Llevaba puesta una capa de un color carmesí intenso y tiras de cuero que apenas servían para ocultar la ingle y los pechos. En el cuello, un collar del cual le salían lo que parecían ser lo huesos de unos dedos que, por la longitud, habían pertenecido a un gigante, y se curvaban por encima de la cabeza de la mujer. Ella portaba un casco de color negro, con la forma de una calavera y que tenía un rubí incrustado en la frente.

Su nombre era Mhala Shora, una dholoriana y líder de la Pústula Sangrienta. Seguramente nadie sabía que el destino de esta temible mujer estaba ligado no solo a Muma y Nuna, sino también al desdichado dios conocido como Zaltor.   

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora