146. Camino a la desgracia

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 Soalfón apenas había dicho unas cuantas palabras a Zorolen en el trayecto que había entre la casa de este y el Restaurante Errante y todo el tiempo mantuvo apretado contra el pecho el cuadro que había terminado de pintar aquella misma mañana, escondiendo sus secretos bajo una tela blanca.

Soalfón mantenía la mirada hacia el frente, con los ojos inyectados en sangre debido a que apenas había dormido y lo que durmió no fueron nada más que pesadillas de realidad. A veces, murmuraba alguna palabra en bajo, pero no eran tentativas de conversación, sino pensamientos pronunciados inconscientemente.

Soalfón preocupaba a Zorolen, pensaba que quizás le había metido demasiada presión encima y las fisuras amenazaban con romper al fracasado pintor. Eso era un problema, el hombre rana quería que él se quebrara en frente a la reina, que armase un espectáculo digno de aparecer en los periódicos.

—¿Estás bien...? —le preguntó el hombre rana.

—Sí... claro... yo... —murmuró Soalfón y apretó con fuerza el cuadro, como si tuviera miedo de que se le fuera a escapar de las manos, como si fuera tabla en medio del mar y sin ella se ahogaría, se hundiría en una oscuridad de la cual no podría escapar jamás.

El cuadro no era de gran tamaño y Zorolen lo definió mentalmente como miserable, aun sin haber visto su contenido estaba seguro de que podría criticarlo correctamente. Sería algo inocuo, una vana tentativa de capturar belleza que terminaría en el retrato de una mujer cualquiera, nada innovador, nada estilísticamente reseñable, solo un patético dibujo que no lo usaría ni para limpiarse el culo después de cagar. Sus cachas se merecían algo más digno que un dibujo realizado por el pintamonas de Soalfón. Fracasaría, fracasaría y fracasaría hasta el día de muerte y a la mañana siguiente nadie se acordaría de su nombre.

—¿Podrías hacerme un favor, pintorcillo? No te derrumbes hasta que estés en frente de la reina, ¿quieres? Me he esforzado bastante para que nuestra competición tuviera lugar, así que hazme el favor de resistir un poquito más —le dijo Zorolen.

El pintor paró en seco y una voz tenebrosa salió de su boca, que se curvó en una sonrisa que heló al hombre rana.

—Ya veremos quién ríe el último... cerdo —le dijo Soalfón y después volvió a caminar, con mayor rapidez que antes.

Ese fue el momento en que Zorolen estuvo a punto de dar marcha atrás a todo el plan, pero al final decidió no hacerlo porque quería ver cómo la reina reaccionaba ante lo que Soalfón había pintado. Habría sido mucho mejor para él que lo hubiera hecho, que dejara de lado aquella maldad que residía en su oronda panza y dedicara el día a hacer cualquier otra cosa. Pero no lo hizo y pagaría con creces aquella mezquina idea que había amañado. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora