70. Muma está desnuda

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 El estudio de Soalfón era un espacio bastante grande de paredes blancas en dónde no había colgado ninguno de sus retratos, pues no se quería distraer con éxitos y, sobre todo, fracaso pasados. Prefería centrarse en el presente de la modelo que se encontraba en frente de él para poder sacarle todo el jugo a la inspiración y plasmar en el papel la misteriosa belleza femenina que se le escurría entre los dedos como arena.

En esos momentos, en la puerta se encontraba Somat, con una mirada desafiante en su rostro morena y, detrás de él, encogida cual animalillo de campo, estaba Naida. En su pálida cara todavía refulgía el rojo provocado por la visión de la Muma desnuda y, a pesar de todo, no podía apartar la mirada de ella.

En el rostro de suaves toques de Soalfón, sentimiento acentuado por el fino bigote, apareció una gran sonrisa de esas que se levantaban sin mucho esfuerzo y de poca duración. Simplemente, un gesto fugaz que pronto se desvanecería en el aburrimiento cotidiano que embargaba al pintor.

—Somat, desde luego siempre me demuestras que eres el mejor servidor que un túnica Naranja puede desear —le dijo al túnica Violeta.

La cara de Somat se descompuso al escuchar tal cosa.

—¿Qué...? —murmuró el joven.

El pintor hizo un gesto teatral en dirección a Muma, la cual continuaba sentada sobre la columna de estilo jónico y observaba la escena con cierto bosteza en la boca.

—Precisamente necesitaba que mi invitada tuviera una túnica Violeta para que la guiase a través de la ciudad y la sirviera. ¿Y con qué me vienes? Con una túnica Violeta que seguramente pueda cumplir tal trabajo a la perfección —dijo Soalfón y, para acentuar lo mucho que le gustaba la iniciativa involuntaria de Somat, dio unos pequeños aplausos que poco o nada duraron en el ambiente.

—Bueno... —dijo Naida, que no creía que pudiera hacer demasiado a la perfección. Ella se consideraba a sí misma como una de las personas más inútiles de toda la ciudad de Acudid e incluso de toda la isla Asli y puede que del Archipiélago de las Mil Islas.

De todas formas, creía que le gustaría pasar tiempo al lado de una extranjera: ella le parecía simpática, de esa clase de personas que no gritan ni pierden los nervios por tonterías, pero quizás esa sensación era debida a su desnudez y al hecho de que tuviera una preciosa conejita en los brazos a la cual, de cuando en cuando le daba besitos en la cabeza.

—¿Yo soy la invitada? —preguntó Muma.

Fue en esos momentos cuando comenzó a ponerse la túnica blanca: había demasiados testigos de su desnudez y, a pesar de que no se consideraba una persona con demasiado sentido de la vergüenza, tampoco quería labrarse la fama de exhibicionista en el primer día de la ciudad.

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora