12. La calma

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Al final, Nuna no acabó siendo devorada viva por una hambrienta Muma y lo más probable es que nunca suceda nada semejante. El resto del se deslizó con la suavidad de un domingo en el que no hay demasiado que hacer. Más pronto que tarde, era de noche y Muma y Nuna cenaban sendos platos de espaguetis, con albóndigas del tamaño de pelotas de golf y adornado con una salsa de tomate traicionera que escondía en su interior dos o tres guindillas. De beber, una botella de vino tinto con gas.

Nada más terminar la cena, ambas subieron entre cantos y gritos hasta el balcón del tejado y se llevaron consigo unas cuantas botellas de ese delicioso vino con burbujitas. Hacia una noche agradable y el cielo estaba agujereado por infinidad de estrellas, era tan bello que a Muma se le escaparon un par de lágrimas. 

Ambas se sentaron en el banco del balcón y comenzaron a pimplar, a reírse y a conversar de las cosas más mundanas y banales. Aunque las risas y palabras brotaban incesantes de los labios de ambas, no despertaron a Tunante, el cual dormía un merecido sueño después de pasarse casi todo el día nadando hacia un destino incierto.

—Muma, ¡se me acaba de ocurrir una idea genial! —gritó Nuna y de la pura emoción que invadió su cuerpo tuvo que ponerse de pie.

—¿Sí...? ¿Y de qué se trata? —preguntó Muma, dándole un trago a la botella.

Nuna comenzó a dar vueltas delante de Muma y la excitación brillaba en cada una de sus palabras.

—¿Qué tal si hacemos que esto sea como un restaurante? Ya sabes, para conseguir dinero... Supongo que tarde o temprano necesitaremos dinero, ¿no lo crees, Muma?

—Puede ser una buena idea, pero... no te creas que sé cocinar demasiado bien. Aparte de cosas simples como la de hoy, claro —dijo Muma.

Una expresión bien triste apareció en el rostro de Nuna cuando escuchó eso y comenzó a darle patadas a pelotas imaginarias.

—Caray, pues yo tampoco, pero podríamos contratar a una persona para que lo hiciera por nosotras, ¿no?

—Claro, claro ¡Pero no quiero meter a nadie raro aquí! —clamó Muma.

—Nadie raro. ¡Pero nosotras somos raras! —vociferó Nuna.

—¡Entonces lo que quise decir es que no quiero meter a nadie normal! —clamó Muma y ambas se rieron.

Al cabo de un rato de risas, Nuna se sentó en el banco y el silencio volvió a reinar en aquel escenario nocturno regado por una copiosa colección de estrellas con la oronda luna justo en el medio.

—Qué bien sé está aquí —dijo Muma, haciendo que su gran boca apareciese una sonrisa incluso más grande, Nuna apoyó la cabeza en el hombro de Muma.

—Sí, y espero que está tranquilidad sea de las que duren. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora