35. Los aprendices huidizos

19 6 48
                                    

 El Hostal Buendormir era un edificio que no se diferenciaba demasiado de los demás del pueblo. Pero gracias a que tenía una placa sobre la puerta de entrada se sabía que aquel era un hostal.

Muma y Nuna disfrutaban de la habitación más lujosa de todo el establecimiento y, a pesar de que no se diferenciaba de los demás cuartos, era agradable que te permitirían pasar la noche allí sin pagar ni un duro.

La mañana ya avanzaba rápida hacia la una y no había señal ninguna de que la pareja fuera a despertarse. Normal, la noche pasada había sido una vorágine de danzas, comida, alcohol, fuegos artificiales, baño nocturno en la playa, ¿es aquello un tiburón?, correr como locas hasta el hostal y decidir que quizás no fuera tan buena idea bañarse en el agua estando bien borrachas.

Solo vestidas con las sabanas de la cama, Muma y Nuna roncaban la mañana cuando de pronto la puerta de la habitación se fue abrió con un golpe tan violento que las despertó de inmediato. Por lo menos Muma, Nuna continuaba durmiendo tan plácidamente.

—¡¿Quién está ahí?! —gritó Muma, esperando encontrarse de nuevo con un monstruo. Y con uno en su vida ya era más que suficiente, el solo recuerdo de aquella horrenda bestia era suficiente como para provocarle temblores.

Aquel grito desaforado que salió de su boca hizo que la resaca le pegase un patadón en todo el cerebro. Gimió y juró que nunca jamás de los jamases volvería a beber, por lo menos no hasta terminada la resaca.

—¡¡Se han ido!! ¡¿Te puedes creer que esos dos imbéciles se han marchado?! —resulta que el monstruo no era tal, sino Ooh. Estaba en la puerta de la habitación con la cara roja de pura rabia.

—¿De quién estás hablando...? —preguntó Muma.

Se giró para ver cómo Nuna seguía dormidita con la cabeza apoyada en una almohada y la boca medio abierta con un hilo de baba cayéndole de ella. Adoró la expresión de pura paz que se dibujaba en el rostro de su novia, pero el disfrute se veía entorpecido por su dolor de cabeza y la presencia del viejo.

—¡Mis dos aprendices! ¡Se marcharon con mi barco! ¿Te lo puedes creer?

—¿Por qué no iba a creérmelo...? —gruñó Muma, deseando que Ooh se esfumase de la existencia. No es que le cayera mal, pero con la resaca que cargaba no soportaría ni a su propia madre.

—Esos dos niñatos... Me lo tenía que haber imaginado... no estaban preparados para una vida de aventuras... seguramente se han ido a Antioquía... idiotas... —gruñía Ooh, dando vueltas de un lado a otro de la habitación, de pronto cerró la boca y observó intensamente a Muma.

—¿Qué pasa? ¿Tengo monos en la cara o qué?

—Me preguntaba... vosotras dos tenéis una tortuhogar... quizás podría acompañaros en vuestro viaje un rato... por lo menos hasta que me consiga un barco nuevo... ¿Qué te parece?

—Oh... eso. Claro que no —contestó Muma. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora