191. Ambrosía

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 Muma y Alberta se despidieron de Antonio, aunque más bien fue la bruja quién lo hizo porque la boca hipopótamo salió disparada al exterior, deseando llegar cuanto antes a la experta y al susodicho árbol en dónde se encontraba clavada la Seren. ¡Solo así lograría estar de nuevo con Nuna!

Aunque se temía, y por eso no dejaba de comerse las uñas, de que no sería tan sencillo y era capaz de ver cómo mil complicaciones caían sobre la situación enmarañándola a más no poder.

Quizás un fiero dragón bajase del cielo, arrancase el árbol en dónde se encontraba Seren y se lo llevase bien lejos. O puede que lograran liberar a Seren, pero esta no quisiera trabajar de gratis y la enviara a buscar no sé qué cosa en la isla más alejada del archipiélago. ¡O lo peor, que lo bruja aquella no tuviera ni idea de cómo hacer que Nunanejo volviera a ser Nuna!

Tan carcomida estaba la Muma por todos aquellos oscuros pensamientos, que casi ni se daba cuenta de que Antonia le hablaba, con voz tranquila y serena le relataba algo que su cabeza era incapaz de disfrazar, pero el tono de su voz poco a poco fue calando entre sus pensamientos y, al cabo de un rato, escuchó sus palabras.

—¿Y cuál me dirías que es la especialidad de tu restaurante, Muma? —preguntó la bruja y, durante unos breves momentos, ella no tenía ni idea de a lo que se estaba refiriendo, pero pronto se acordó de que sí que tenía uno: en el caparazón de una gran tortuhogar.

—Oh, especialidad... Quizás la pizza, deberías probarla —contestó con aire distraído, observando a su alrededor, dándose cuenta por primera vez de dónde se encontraba.

Se adentraron en el interior de la isla por un camino de tierra bastante ancho, rodeado por una naturaleza de un verdor claro, árboles de troncos gruesos y ramas rechonchas, de ramas que dejaban sobre el suelo un mosaico de luz y oscuridad.

—¿Pizza...? No sé si alguna vez la habré probado —le contestó la bruja Alberta, que caminaba ayudada con un bastón.

Muma se fijó que entre los árboles surgía una casa de curiosa forma, pues era como si fuera una seta gigantesca cuyo sombrero rojo y de manchas blancas era el tejado. Una bruja salía del interior de la casa, era bajita y voluptuosa, y a pesar de la urgencia que llevaba Muma no pudo evitar fijarse en el generoso tamaño de sus pechos, acentuado por el vestido de bruja que llevaba porque le proporcionaba lo que posiblemente fuera el escote más largo que jamás había visto.

—¿Una recién llegada? Qué maravilla, bienvenida a nuestra isla —le dijo la bruja, arrastrando las palabras con una sensualidad felina —. Mi nombre es Ambrosía, encantada —dijo ella, ya a su lado, posando un beso en cada mejilla, Muma notó el olor floral que ella desprendía, encontrándolo de lo más agradable.

—Muma... Soy Muma —se presentó, perdiéndose en los grandes ojos de Ambrosía. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora