116. Tristeza seguida de aburrimiento

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 Naida le contó a su madre el plan que había ideado Nadría para acabar su vida, con palabras temblorosas, sin atreverse a mirar a su madre al rostro, hecha un manojo de nervios. La reina escuchó el entrecortado relato de su hija con una expresión inescrutable en el rostro y, nada más terminar, dijo con voz suave:

—Gracias por contármelo. No hace falta que te preocupes, ya me ocuparé de todo.

Pero pese a esas palabras, había algo en ella que intranquilizaba a Naida. Puede que fuera aquella voz que casi ni se escuchaba, el susurro sin fuerza de un viento a punto de morir, quizás la tenue sonrisa colgada en su rostro o la forma en que la miraba, con ojos enrojecidos, brillantes, llorosos.

—Lo siento, siento haber huido de casa —dijo Naida, ella no se había esperado que su huida hubiera afectado tanto a su madre.

La reina Serren negó con la cabeza, una de sus manos cayó sobre las de Naida y su tacto era frío, más que carne parecía pertenecer a una estatua de mármol.

—No te preocupes... Lo entiendo, querías ver cómo era la vida fuera de... fuera de este castillo. ¿No es así? —preguntó la reina y Naida asintió con la cabeza, las palabras que quería salir se le quedaban atascadas en la boca y eso que tenía mucho que decir —. Creo que es normal... yo también era como tú... recuerdo, lo recuerdo... Pero antes que mujer, antes que persona eres una princesa y... serás una reina.

—¿Por qué? —preguntó Naida en un susurro que apenas se podía escuchar, la pregunta quedó colgando en el aire espeso de la habitación azul, oscuro, cayendo al negro.

—Las cosas son así... —dijo la madre, de todas maneras ni siquiera ella misma parecía estar convencida de sus palabras —. Tengo que marcharme...

Y antes de que Naida pudiera decir algo, la reina Serren se levantó y se marchó de la habitación con paso rápido. La princesa sintió la ausencia de su madre de forma dolorosa, pues le hubiera gustado que permaneciera a su lado durante unos instantes más.

Se tiró en la cama, todavía con retazos de tristezas amarrados a su interior, con el recuerdo de las lágrimas en el borde de los ojos, aunque bien sabía el sentimiento que llegaría después de la pena: el aburrimiento provocado por la monotonía, de aquella vida de lujos y riquezas, pero carente de emoción, carente de vida...

—Menuda mierda... —dijo Naida, amargada, de nuevo con la idea de escapar rondando por su cabeza. Pero el recuerdo del dolor en su madre la disuadió de ese pensamiento, no quería que se volviera a preocupar sus acciones egoístas.

Durante los seis días siguientes, nada de interés le pasaría a Naida. No obstante, en el séptimo... 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora