184. La venganza de Nunanejo

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 Y así fue cómo despertó, escapando del temible hombre de la cara de cerdo. El corazón le latía alocado, porque creía recordar que estando en Sono la muerte era tan real como si estuviera despierta.

Esparramada estaba en su habitación circular, de ancho techo lejano, en donde corría una arañita, pero esta Muma no la tomaba como enemiga sino aliada, pues limpiaba el entorno de peores insectos.

Redonda era la habitación de escaso espacio, pero suficiente para ella. Únicamente la quería para tirarse en la cama y dormir y, en mejores tiempos, acurrucarse junto a su amada Nuna. Besos, caricias y otras cosas ahora tristemente ausentes, pero tenía la esperanza de que volverían.

Tumbada bocabajo, el corazón de Muma se tranquilizaba y sobre su pecho escuálido se apoyaba la coneja Nunanejo. Los ojitos de esta, negros y temblorosos, miraban a Muma y, por alguna razón humana, esta se enterneció. Emoción profunda que causó el acto de coger las largas orejas de la coneja y decir con la temible voz con la que se habla a un bebé:

—¡Nunanejo, qué mona eres, con tus orejitas de lana negra y tu naricita! Sí, sí, sí, tú eres muy mona tanto de coneja como de persona —cantaba la boca hipopótamo y, por alguna razón, esto no le gustó demasiado a la Nunanejo.

Gesto de cabreo, ella hizo tal y como lo hacen los conejos, pegando un corto brinco con las patas de atrás. Esto a Muma le pareció más que adorable y un gorgojo de satisfacción salió de su gran y larga boca.

—¡Pero qué mona eres tan cabreadita! ¡Mona, mona, mona! —cantaba de nuevo la Muma para desesperación de la Nuna y tal molestia de la coneja no le pasaba desapercibida a la humana —. Pues sí, mona eres y mona serás. ¿Te molesta que te lo diga? ¿Qué vas a hacer? ¿Saltar de nuevo? Hazlo, pues gesto más mono en mi vida vi.

Y dicho esto Muma se rio escandalosamente, una risa precoz y saltarina que cayó como piedras sobre la cabecita de la coneja. Esta decidió que si de piedras se trataba, ella tenía muchas para y regalar.

Así pues, defecó unas cuantas bolitas sobre el estómago desnudo de su amante humana y gran satisfacción sintió cuando un grito de horror salió de la gran boca de la rubia. Se levantó con presteza mirándose la barriga manchada y cuando habló, ya no había nada de ridículo en ella, sino más bien cabreo y molestia.

—¡Pero serás guarra, tía! ¡No te me cagues encima, eso no mola! —clamó la Muma enfurruñada a más no poder y con pasos pesados se dirigió al baño, con la intención de quitarse de encima el sentimiento de suciedad que la embargaba desde la punta de los pies hasta el pelo más largo de su cabeza.

En la habitación se quedó la coneja riéndose como ríen los conejos y como lo hacen os lo dejó a vuestra imaginación, pues escasa gente ha sido testigo de tal visión. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora