7. El ahorcamiento de Muma y Nuna

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 En la Plaza Party Destroyer de la ciudad Banana hacía tanto calor que hasta se podía freír un huevo en el suelo. Cosa que hacía Roberto, que esperaba con paciencia a que se le calentasen los huevos para comerlos al mismo tiempo que observaba el espectáculo. Muma y Nuna eran las protagonistas y sudaban como cerdos, aunque puede que no fuera tanto por el sol abrasador y sin compasión, sino por las sogas que tenían al cuello: faltaban pocos minutos para que fueran colgadas, ante las miradas contentas de los bananeros, que así se les conocía a los habitantes de la ciudad Banana.

El verdugo se encontraba cerca y, aunque suelen ser gente bruta y con la cabeza tapada por una capucha negra, este era un joven hermoso como una flor y vestido con un impecable traje blanco.

—¡¿Por qué nos vais a colgar?! ¡Solo queríamos ver si el traje de Nuna era ignífugo! ¡Fue un accidente! —gritó Muma.

—Mi bella dama y Muma. ¡El Reino no os colgará por algo tan nimio como una habitación de hotel! —exclamó el verdugo, sonreía como lo hacen los zorros.

—¿¡Y entonces?! ¡Exijo una explicación y mi inmediata liberación! —aúllo Muma.

—¿Por qué? Ni más ni menos que por ella. ¿Cómo no íbamos a ajusticiar a la Señora del Terror y a su compinche? —preguntó el verdugo señalando a Nuna.

—Cuanto rencor... Tampoco es que hiciera nada excesivamente malo —dijo Nuna, poniendo morritos.

—¿Oh...? ¿Pero acaso no fuiste tú quién puso una bomba al palacio real? ¿La misma que secuestró al príncipe? ¿La villana que incitó revueltas y protestas a lo largo y ancho del Reino? —preguntó el verdugo, con una falsa cara de sorpresa.

—¡Y lo volvería a hacer, malditos bastardos! ¡Y aunque me matéis volveré y seré cien veces más fuerte! —mintió Nuna y tales amenazas quedaron mitigadas por culpa de las lágrimas que resbalaban por sus mejillas.

Sonaron trompetas desafinadas y la multitud dejó paso hombre gordo con corona que llevaba una capa roja que arrastraba por el suelo. Su cara era un poema a una fealdad no conseguida a través de la genética sino por el uso descontrolado de los pecados capitales.

—¿Eh...? ¿Quién es ese viejo? —preguntó Muma.

—El rey... —dijo Nuna.

—Ala, pensé que los reyes de fantasía tenían pintas nobles —dijo Muma.

—Nah, por lo menos este es como los de nuestro mundo. ¿Ves al chico que va a su lado? —preguntó Nuna.

Era un hombre de unos veinte años que se parecía a su padre, pero con un rostro que no estaba estropeado por los vicios. Estaba más pálido que el culo de la muerte y tenía los ojos enrojecidos de tanto llorar.

—Claro, no soy una topo. ¿Qué pasa con él?

—Es el príncipe, yo me acosté con él —dijo Nuna, sonriendo toda orgullosa.

—¿Y eso nos va a ayudar en algo? —preguntó Muma.

—El único que nos podría librar es el rey y ese me odia a muerte... Pero mira, ¿y si puedo lograr que se le pare el corazón solo con mirarle? Quizás si me concentro un montón —dijo Nuna y miró muy fijamente al rey.

Este dio tres pasos más, se llevó la mano al pecho, lanzó un alarido de puro dolor y cayó al suelo. Había muerto... de un ataque al corazón. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora