106. Pequeños instantes de felicidad

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Pronto, Naida, Somat y Nadría se encontraban en el Restaurante Errante, peculiar establecimiento que se encontraba sobre el lomo de una joven tortuhogar y contaba con la prestigiosa aprobación del Garfio Áureo.

La noche estrellado caía sobre el animado puerto, alrededor de la tortuhogar Tunante, una marea de personas disfrutaban de aquella nocturnidad fiestera. La juventud exultante de risas y gritos, de una alegría sin cortapisas.

El corazón de Naida se aceleró al caminar entre el grupo de personas reunidas, bebiendo, riendo, disfrutando... Nunca antes había sido partícipe de una reunión de esas características, pues la sobriedad y la rigidez era lo que gobernaba en el palacio.

Había aprendido que dejarse llevar por las emociones era una característica de las túnicas inferiores y, como princesa que era, debía mantenerlas a raya bajo una regia máscara que nunca debía ser perturbada.

El interior se encontraba abarrotado de alegres personas que disfrutaban de una velada sin par: túnicas Violetas, Índigos y Verdes bebía y reían sin saber que pronto su diversión terminaría: los azules ya estaba tardando en imponer con severidad una ley que prohibía entrar al establecimiento a túnicas de baja categoría, ¡y no podría ser de otra forma! Pues bien era sabido que la miel no estaba hecha para los labios del asno.

Pero eso sería para mañana, pues la providencia había dejado que existiría un día para las túnicas bajas, para que ellos pudieran disfrutar de un poco de diversión que relucía entre el mísero calendario de días grises, días tristes, días de monotonía dolorosa.

Los locales en dónde tenían permitido beber eran lugares oscuros, húmedos, tristes y de largos silencios. Creados expresamente para aplastar la moral de los trabajadores, para hundir cualquier intento de subversión. Era bares y tabernas vigilados por los ojos de los azules, que a la mínima sacaban la autoridad elucubrada por el poder de sus porras.

Al estar las mesas abarrotadas, Naida, Somat y Nadría tuvieron que quedarse de pie, pero por fortuna no tardaron demasiado en tener en las manos sendas botellas de cerveza acompañadas de unas generosas tapas de tortilla y luego de una media, por fin, pudieron sentarse en una mesa pegada a la pared.

Allí, pidieron más cañas y Naida ya notaba la borrachera subiéndosele a la cabeza, una felicidad exultante le latía en el pecho y se encontraba enamorada de aquella situación. Le gustaba estar inmersa en medio de aquella multitud sonriente, sintiéndose una más, ya que en la realidad siempre se encontraba rodeada de nada y soledad, de una consciencia dolorosa de la cual parecía imposible escapar.

Nadría quedó relegado a un tercer plano, pues Somat y Naida hablaban entre ellos y parecía que no existía nadie más. Su amigo era un Don Juan inconsciente, que atraía siempre la mirada y los suspiros tanto del género opuesto como del suyo, pero como su mente estaba centrada en la revolución, en pocas ocasiones había mostrado interés en nadie. Esta vez era diferente y Nadría decidió dejarlos solos. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora