176. Junco

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Al día siguiente todavía no habían llegado a la isla de la brujería, pero lejos de estar impaciente, Muma se encontraba contenta porque en esos momentos devoraba una pizza que llevaba sobre el queso campos de bacón con cultivos de champiñones y unos granjeros que eran unas gambas. Era bien simple: comer cosa tan deliciosa la ponía contenta. En la misma mesa, también estaba la Nunanejo que se jalaba unas hojas de lechuga y algo de brécol.

—Hay que tener un poco de paciencia, Nunanejo... Solo un poco más y volverás a ser humana. ¡Qué ganas tengo de volver a verte de verdad! No en forma de coneja, ¿no crees? —preguntó y Nunanejo le lanzó una mirada, pero el significado de esta se perdió en las barreras lingüísticas que existen entre humano y animal.

Llamaron a la puerta que daba al exterior, sonaron bien fuertes los golpes y eso provocó que Muma diera un brinco de cuidado y el corazón le comenzara a aplaudir como quien había acudido a una obra teatral especialmente buena. Tragó saliva y miró a la susodicha puerta, esperando quizás que solo fueran imaginaciones suyas.

Pero no, los golpes volvieron a sonar incluso más fuertes que antes: ¡Había alguien llamando a la puerta! ¿Y no se suponía que estaban navegando por el medio del mar? ¿Quién carajos iba a hacer tal cosa imposible?

—Esto es como de película de terror... —murmuró la Muma de temblorosos miembros, pero a pesar de la congoja que la acongojaba, no se dejó acobardar por la cobardía y decidía tratar con valentía el asunto y ver quién era el que llamaba. .

Además, confiaba que, de tratarse de enemigo, su Corona de Margaritas la salvaría. Bien cierto que una vez le falló dejando que el desquiciado de Soalfón le clavase en un cuchillo en las tripas, pero bien podía haber sido porque la energía se le gastara al salvarla de la otra desquiciada, Micaela.

Así pues, y con paso decidido, la boca hipopótamo se acercó a la puerta y la abrió de golpe. Y se llevó una gran sorpresa al ver al otro lado a una mujer, pues tenía la piel de color oliva, grandes ojos felinos y una naricilla que apenas era dos ranuras entre ojazo y ojazo.

Vestía con una jardinera que tenía colgada sobre el pecho una placa con un tenedor dorado, una camiseta de cuadros rojos y negros, unas botas de color negro profundo y un sombrero de paja. El cabello le salía revuelto, negro, salvaje, de incondicional odio al peine.

—Oh, vaya... Tú eres nueva, ¿no? —le preguntó la chica verde, que mascaba chicle de forma descarada y, mirándole por encima del hombro, Muma descubrió un barco de un tamaño un poco mayor que Tunante y en la cubierta tenía dibujado el mismo tenedor de la placa.

—Se podría decir que sí... ¿Y tú quién eres?

—Ah, perdona los modales. Soy Junco, encantada. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora