21. La isla de las estatuas

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 —Pero que estatuas ni que niño muerto... —dijo Muma y cuando llegó al final del pantalán se fijó mejor en las dos personas que se encontraban al lado de una temblorosa Nuna.

Eran unas estatuas que representaban a dos pescadores, ambos con sus cañas de pescar y largas barbas de lobos de mar. El estilo no pretendía ser realista sino más bien una caricatura pintada con tonos pasteles. Además, estaban dañadas por el tiempo: a una le faltaba un brazo y a la otra gran parte de la cabeza.

—¿Por qué las pondrían aquí? Y no tienen plaquita... de esas en las que viene el nombre y eso... —murmuró Nuna.

El silencio era pesado: no se escuchaba el grito de las gaviotas ni las conversaciones tranquilas de la terraza de una cafetería cercana. Eso era raro porque Muma bien podía ver que había gente allí sentada, pero al fijarse mejor se dio cuenta de que también eran estatuas.

—Madre mía... —murmuró fijándose en una mujer que tiraba de un carrito de bebé y resulta que también era una estatua.

—Y mira las caras, Muma... qué me dan mal rollo —decía Nuna que, enfrascada en la observación de los pescadores no se daba cuenta de que las estatuas se multiplicaban por el pueblo.

—Nuna... mira —dijo Muma.

—¿Qué... qué pasa? —preguntó y siguió la dirección marcada por el dedo de Muma.

Ahí fue cuando Nuna se fijó en cómo por las calles de la ciudad había gente, pero cada una de ellas eran estatuas que seguían el mismo estilo de los marineros, con los mismos tonos pasteles decorando sus cuerpos.

—¿Qué está pasando aquí...? —preguntó Muma.

—¡Lo que está pasando es que todos los habitantes de este pueblo son estatuas y me está dando un mal rollo tremendo! —chilló Nuna, temblando cual cervatillo.

—Si quieres nos podemos marchar a un lugar más... oh... —dijo Muma.

—¿Oh qué? ¡No digas oh!

—Creo que Tunante no querrá irse ahora mismo —dijo Muma señalando a la tortuhogar: se había subido al puerto y había metido la cabeza dentro del caparazón, seguramente para echarse una siesta —. Estará cansadito de tanto nadar.

—¡Cansado o no esto me da mal rollo! —vociferó Nuna.

Muma le cogió de la mano y le dio un apretón.

—No te preocupes... Es raro, pero eso no quiere decir que sea malo. No creo que por pasar el rato por aquí nos vamos a convertir en estatuas —dijo Muma.

Nuna la miró con unos ojos llorosos.

—¿Me lo dices en serio?

—¿De verdad tú eras unas supervillana? —preguntó Muma.

Nuna asintió vigorosamente con la cabeza.

—¡Una cosa no tiene que ver con la otra! Solo es que... ¿Por qué hay una isla habitada por estatuas? —preguntó Nuna.

—No lo sé, pero ¡podemos averiguarlo! ¿No querías vivir aventuras? ¡Pues esto es una aventura!

Tales palabras parecían tener el poder de reconfortar a Nuna.

—¡Pues sí! Claro que sí... Seguro que no es nada malo como dices... —comentó Nuna, recuperando la sonrisa. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora