Amanecía el día señalado, en donde el pintor Soalfón demostraría si era merecedor de la fama o del olvido. Y a pesar de la importancia de la fecha, todo comenzó de la misma manera: el sol salió curioso a través del horizonte, iluminando las coloridas calles de la ciudad y la gente vestida con túnicas salía de sus casas bostezando, dispuestas a irse a trabajar.
Soalfón había acabado su cuadro, ocultados sus pecados con una tela blanca y, mientras se miraba al espejo, pensó que ese sería su último día en la tierra o, por lo menos, uno de los últimos. Pensaba que su obra sería un insulto a la reina y que terminaría siendo ejecutado y, si había suerte, en el mismo Restaurante Errante.
Se miraba en el espejo del baño, las bolsas sobre los ojos hablaban de su cansancio y la sonrisa del éxito que creía haber alcanzado. Hacía mucho tiempo que no se sentía tan en paz, tan exultante, tan confiado... Había encontrado el objetivo final de su existencia y no era otro que morir por arte, ser un mártir de la verdadera belleza oculta y, de esta manera, conseguir que su nombre hiciera eco hasta el final de la eternidad.
Sacrificarse por lo que amas es la mejor forma de irse, mejor que desvanecerse en el olvido, que su nombre fuera tabú susurrado por las calles, que su obra fuera custodiada para que nadie la viera, pero se convertiría en el Santo Grial de la verdadera revolución. Rompería todo para que, con sus cenizas, todo volvería a reconstruirse. Al mirar al espejo se supo importancia, quizás la persona viva más importante de todas. Era el motor del cambio, el mesías de una nueva edad y, como tal, moriría para que su memoria fuera eterna.
Llamaron al timbre de la casa, sus sueños de gloria fueron interrumpidos, pero no le importaba: por fin tocaría el destino con las manos y el destino le miraría a él, por fin se juntaría a los grandes artistas y revolucionarios de la memoria popular. Cogió el cuadro y salió del baño, bajó las escaleras y abrió la puerta. Ahí se encontró con Zorolen, que lo miró extrañado, notando algo raro en aquel pintor de baja estofa.
—¿Estás bien? —le preguntó el hombre rana y, por unos momentos, pensó que quizás no era tan buena idea su concurso. Pero hasta el bien sabía que puesta en marcha la máquina era imposible de pararla, ahora solo queda caminar, caminar hasta las tinieblas y esperar el mejor de los finales. ¿Pero si el mejor de los finales no lo incluía a él?
—Perfectamente, mi querido amigo —dijo Soalfón con el cuadro en las manos, sintiendo un pulsante calor que venía de él: su obra estaba fabricada con el material de los sueños, con el material de los cambios —. ¿Vamos al restaurante del que habías hablado? Estoy deseando enseñarle mi obra a la reina.
La seguridad del pintor confundía a Zorolen.
—Sí, claro —contestó.
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Muma I (Finished)
HumorUn camión atropella a Muma y, como es normal, muere. Aunque sucede algo extraño: un dios llamado Zaltor le ofrece la posibilidad de recuperar su vida, pero con la condición de que asesine a la villana conocida como la Señora del Terror. ¿Logrará Mum...