179. Un cuerpo hecho para el pecado

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 —Ahora mismo solo estamos el cocinero y yo. Teníamos más personal, pero uno se volvió a Antioquía y el otro se perdió en la niebla —dijo Muma, recordando al jovial, y siempre cachondo perdido, Nadría. ¡Pobre muchacho, que solo quería meterla en caliente y había acabado en el estómago de la niebla!

—¡Ha! ¿Os habéis metido por el Mar de los Recuerdos Perdidos, no? —se rio Junco y eso no le gustó a Muma, ¡qué allí había perdido uno de su tripulación!

—Nos metimos sí, fue caso de Tunante que pilló un atajo... Tú sabes algo del sitio, ¿no? —preguntó Muma acercándose a la mesa en dónde estaba Junco, pero sin sentarse en ella.

—Todo el mundo que navega por esta zona lo sabe, un sitio por dónde mejor no meterte. Pero mira tú, mira... que tampoco es tan trágico, que hay gente que se perdió y volvió. Aunque sin recordar ni pedo de lo que le pasó ahí dentro. Así que el tipo ese puede que esté vivo. Pero ya es mucho de hablar de él, que si no está dentro del personal a mí ni fu ni fa. ¿Y el cocinero? ¿Está o se lo comió una almeja gigante? —preguntó la mujer verde con una sonrisa burlona en el rostro que no le gustó nada a Muma, le estaba cayendo gorda aquella tipo y pensaba que si seguía comportándose de esa manera se iba a ganar unas bofetadas bien lanzadas.

—Yo soy el que come almejas, no al revés —dijo Butfais, saliendo de la cocina y vestía con un mandil de cocina blanco y... nada más.

Se le veían las piernas musculosas y los brazos como barriles, se le notaban los amplios pectorales y cierto prometedor bulto entre las piernas. Además, y por primera vez en la vida de Muma, lo vio sin el casco que normalmente solía llevar. En esos momentos, vestía un sombrero de chef, pero de igual manera le tapaba la vista.

El casco lo había perdido cuando, estando el balcón, se le ocurrió frotarlo con el trapo para sacarle brillo, y se le cayó al mar. Durante unos momentos, meditó sobre la idea de saltar y recuperarlo, pero al final decidió que lo mejor sería encogerse de hombros y seguir con su vida. Pero, por razones ignotas, Butfais debía de ocultar siempre sus ojos al mundo, así que decidió ponerse un sombrero de chef porque, en cierta manera, era el cocinero del barco restaurante.

Junco le lanzó una mirada devoradora a Butfais, adorando cada milímetro de aquellos marcadísimos músculos. Para ella, así tenían que ser los hombres, esculpidos cual estatuas griegas, pero, al contrario que estas, con una buena herramienta entre las piernas y, al mirar con todo el descaro del mundo, se puso contenta al ver que Butfais contaba con una de campeonato.

—¡Qué me corten la cabeza y me llamen descerebrada! ¡Un dholoriano! Pero pensaba que vuestra isla fue completamente destruida y todos vosotros muertos —dijo Junco.

—Sí y no —contestó Butfais. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora