113. Odio

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 —¡La próxima vez que escuchéis de mí, seré un jodido héroe! —gritó Nadría a la noche, justo delante de la puerta del cuartel general de revolución, aquel aullido asustó a un gato callejero que salió corriendo a toda pastilla.

Después de eso, el revolucionario pelirrojo caminó hacia delante a paso rápido y pronto fue engullido por la noche. Muma y Micaela se quedaron en la puerta del cuartel, el callejón se encontraba sumido en una miserable oscuridad que olía a meados.

—Va a morir —dijo Muma con una seguridad absoluta. Para ella era imposible que un mequetrefe como aquel fuera capaz de asesinar a una reina, ese tipo de cosas no sucedían en la realidad.

—Mira tú, que si se lleva por delante a la reina su muerte habrá merecido la pena —le dijo Micaela, sonreía descaradamente con una boca de la que pronto surgió un globo de chicle.

—Ya, que bien que se muera la gente... fenomenal —refunfuñó Muma y se metió en el interior del cuartel, todo lo contrario de que realmente quería hacer.

Cruzó a toda velocidad un corredor, marrón y oscuro, olor a húmedo, cuadros fantasmagóricos colgaban de las paredes que mostraban escenas cotidianas, un parque con niños, una playa con bañistas, un desayuno a la orilla de un lago, escenas cotidianas que el paso del tiempo, que las malas condiciones habían difuminado su contenido, creando imágenes de sueños, imágenes de pesadillas.

—¡Oye tú, boca larga! ¿Qué tienes en contra mía? —le preguntó la pelo rosa en el momento en que Muma entraba regresaba al salón.

—¡Imagínatelo! ¡Yo quiero irme de aquí! ¡Este lugar es asfixiante! —rugió Muma, levantó los brazos al cielo, exasperada por aquella chica de cara burlona, risa rastrera, acento extraño... —. Y tú me has robado mi dinero, mi libertad y quieres quedarte con mi bonita tortuguita Tunante...

En el rostro de Micaela no surgió ni la sonrisa socarrona ni el globo del chicle, solo una seriedad mantenida en silencio que ponía de los nervios a Muma. Y por el medio del drama, daba saltitos la coneja Nunanejo, ajena al drama, ocupada solo en dar saltitos y pensar en las próximas coles que se comería.

—Di algo, joder —le soltó Muma.

Del bolsillo de los pantalones vaqueros, Micaela se sacó el fajo de billetes y se los lanzó a las manos a la boca hipopótamo. La resignación cabalgaba en su cara, como el de una niña la cual se acababa de dar cuenta de que no recibirá más caramelos.

—Ya, perdona por eso... fue una guarrada lo de quitarte el dinero —le dijo la pelo rosa y Muma se quedó mirando el dinero, sin comprender ni jota de lo que estaba sucediendo —. Mira, solo quería que te quedaras por aquí porque me gustas, quería ver si tenía oportunidades contigo, pero siempre ando jodiendo las cosas... Pírate si quieres, pero ten cuidado que la cosa está peligrosa para ti.

—Yo... ¿te gustó? ¿En qué sentido?

—En muchos, como que quiero acostarme contigo.

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora