95. Confianza y desconfianza

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El reloj de la cocina marcaba los segundos con intensidad, haciendo que el tiempo se dilatase de una forma incómoda. Muma todavía tenía la mejilla dolorida por la bofetada de Micaela, pero le molestaba más la presencia de Goedi. Era como una suciedad atascada en las uñas, una que era incapaz de sacársela de encima.

En el rostro redondeado de Micaela surgió una sonrisa inocente, le dio una palmada amistosa en el hombro a Muma y le habló con una voz cálida, que, sin embargo, no fue capaz de conmover el rudo corazón de la rubia.

—¿Ves, Muma? Goedi tenía una buena razón para hacer lo que hizo. Aprovechó el momento para intentar ayudar a la revolución, pero ahora que eres de los nuestros no lo volverá a hacer de nuevo. ¿Podrías no intentar atacarlo de nuevo, por favor? —preguntó la revolucionaria del cabello rosa.

En el top negro que lleva Micaela se podía ver la silueta de un conejo rosa, Muma pensó que era raro que lo llevara puesto ¿acaso no era el símbolo de su organización?

De todas formas, no gastó tiempo en rumiar el pensamiento, su mirada se encontraba fija en la desgracia humana de Goedi y deseó ser gata para merendarse a aquella rata.

—Sí... no lo intentaré atacar más —dijo Muma, poniendo énfasis en la palabra "intentaré" —. ¡Pero no me voy a fiar ni un pelo de esa rata con piel de humano!

—Oye... un poco de respeto... —dijo con voz débil Goedi, pero nadie le hizo caso: fue como si sus palabras no fueran pronunciadas y sencillamente se mantuvieran colgadas en el aire antes de desvanecerse.

—¿Por qué tenéis a alguien como él en vuestra revolución? ¡Yo no me fiaría! ¿Y si algún día decide traicionaros qué? No tuvo ningún reparo en darme la puñalada trapera... —dijo la mujer de la boca de hipopótamo y se desesperó al ver que en el rostro de Micaela no había ni el menor rasgo de desconfianza.

Ella resplandecía rosa y alegre en aquel escenario de tonos secos, quejumbrosos. Aquella cocina de segundos escandalosos, con el eterno ronronear de la nevera de fondo y una gota surgiendo una y otra vez del grifo. Era como si Micaela estuviera sobreimpuesta en el lugar, como si en realidad nunca hubiera estado allí.

—Deja de preocuparte que te vas a quedar calva. Mira, te lo puedo asegurar: Goedi nunca traicionará a nadie del grupo, ¿a qué no? —le preguntó y él negó con la cabeza, asomó en su rostro sonrisa titubeante.

—No, no... yo no soy un traidor... —dijo, sin apartar la mirada de Muma, con la esperanza de convencerla, pero esta no se fiaba ni un pelo.

La hostilidad estallaba a lo largo y ancho de su cara, en gran boca torcida en un gesto de disgusto, en su nariz arrugada por el asco, en sus ojos de hielo...

—Ya, eso dices ahora... ¿Y si hubiera por Micaela una recompensa de un millón de créditos qué? —le preguntó Muma.

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora