123. Una mañana ligera

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 Amanecía el cuarto día desde que el insensato de Nadría se escondiera en los escondrijos secretos que guardaba la casita que se levantaba sobre el caparazón de Tunante.

Y Muma no quería, de ninguna manera, despertar del sueño y comenzar la actividad matutina. Desplegado el cuerpo a lo largo de una cama de dimensiones estrechas, ella intentaba en vano que el sueño no se despegara de sus párpados.

Se veían perfectamente sus largas piernas en las cuales el pelillo ya había nacido, este era una de las consecuencias en vivir en un mundo en el cual no tenía acceso a medios para afeitarse y, a decir verdad, poco le importaba a Muma un poco más de pelo.

Ya fuera en las piernas, ya fuera en los sobacos, ya fuera en su sexo. Puede que dejadez, puede que libertad, puede que una mezcla de una cosa y la otra. Ella se sentía bien, medio dormida en aquella mañana que deseaba que fuera eterna.

¿Y qué otra cosa podía pedir a la vida que sentirse bien? Bostezó, cerró los ojos, no quería abrirlos, deseaba atrapar otra vez la cola esquiva del suelo que movía las aletas delante de ella. ¡No se rendiría jamás, dormiría un poco más!

La habitación la que se encontraba era de paredes decoradas con papel tapiz que mostraban cestas de las cuales surgían flores rosadas de muchos pétalos. Todo bajo el filtro de la edad y la humedad, quedaban en un tono ocre.

Muebles de aspecto anticuado se desperdigaban por la habitación, hablando de mil vidas pasadas, de mil personas diferentes que las habían utilizado y de todo eso solo quedaba su potente presencia física.

Cerca de Muma se encontraba otra persona... ¿Quizás ella había caído en la tentación ofrecida por Micaela? Aquella noche, en un gesto de seducción bastante directo, vulgar y efectivo, le había enseñado los pechos.

Quizás fue un último acto desesperado de hacer que una resiliente Muma cayera bajo sus dos encantes coronados por dos grandes pezones de un tono rosado. Claro, la boca hipopótamo se sentó tentada porque había necesidad en ella.

Pero la mujer no es una animal de bajos instintos que se acuesta con todo lo que se mueve y, para ser justos, tampoco lo que es el hombre. Muma negó con la cabeza, le soltó un rotundo no, cogió a Nunanejo en brazos y se marchó corriendo.

Lo cierto es que le asustó lo poco que le quedó para rendirse al deseo palpitante de su estómago, pero al pensar en Nuna se dijo que le debía más que eso. Por lo menos, si quería acostarse con alguien más, debería de contar con su aprobación y participación.

Pues en aquella mañana de ligeros tonos, Muma dormitaba junto a una Nunanejo que no tenía ningún problemas en dormir. Las dos mujeres, aunque una en forma de conejo, disfrutaban juntas de aquel día que apenas comenzaba. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora