76. El hombre con la cara de rana

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Al escuchar que Naida no tenía ni idea de dónde se encontraba, un curioso sentimiento de preocupación y confusión se emborronó todo en el interior de Muma.

—¡Pero si tú eres mi guía!

Naida, en vez de bajar la cabeza en señal de cobardía, levantó el mentón con claro desafío.

—¡Ya, pero tú ya sabes que en realidad no soy ninguna túnica Violeta! Mira, que tuve una vida bastante recluida y apenas salía de la zona en dónde vivía... Esa también es una de las razones por las que comencé este pequeño experimento... es que quería ver cómo era la vida fuera de mi jaula —dijo Naida, se le notaba cierta tristeza en la voz.

—¿Qué eras...? ¿Una monja o qué? —preguntó Muma.

La decepción la golpeó fuerte cuando se dio cuenta de que posiblemente nunca lograría encontrar aquella tienda en dónde vendían aquel precioso lacito para Nunanejo. Sumado a esto, puede que tuvieran dificultades para regresar a la casa de Soalfón.

—¡Eso no puedo decirlo! ¡Es información confidencial! —dijo Naida.

A Muma le remordía la curiosidad por saber más de aquella chica de ideas atolondradas, pero decidió que lo mejor era no ser demasiado pesada con ese tema. Quizás si se hacían amigas, Naida decidiera por si sola confiar en ella, pero la pregunta era... ¿Sería buena idea o una absolutamente terrible?

De todas maneras, se podía decir que había conseguido uno de sus objetivos: Nadia dejó de ser una muñeca casi muda que hablaba con monosílabos inconexos que difícilmente llegaba a formar media frase. Por lo menos ahora podrían charlar de cosas y, recordó Muma dándose un golpe en la frente, quizás ella sabía dónde encontrar a Serren.

Una sombra gigantesca surgió de detrás de Naida y sin ninguna vergüenza la agarró por el brazo. Pertenecía a hombre vestido con una túnica roja, sujeto tan gordo como inmenso, con una cara oronda que guardaba ciertos parecidos con el rostro de una rana, cuyos ojos achinados se separaban el uno del otro tanto que provocaba extraña sensación en el espíritu.

—Hummm... Hummm... —decía el recién llegado, observando a Naida como quien mira a una muñeca.

—¡¿Pero qué haces, gordo imbécil?! ¡Suéltame de inmediato! ¡Me haces daño! —gritó furiosa Naida, pero su pequeño cuerpecillo no era rival contra el corpachón del túnica Roja

—Me gusta... tiene la figura enigmática de una joven que apenas ha florecido... delicioso... seguro que será buen material para una nueva obra maestra... fenomenal... ¿Por cuánto me la vendes, extranjera? —le preguntó el hombre de la cara de rana a la mujer con boca de hipopótamo. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora