96. Lengua cortada

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 Un millón de créditos era tanto dinero que, con solo imaginárselo, Goedi se quedó sin respiración. Su mente no lo dudó ni un segundo, si cualquiera le ofreciera tal cantidad no lo dudaría ni un instante y entregaría a toda la organización, sin importarle demasiado que fueran encarcelados, colgados, electrocutados...

Sí, él quería que la vida de los túnicas Violeta fuera mejor de lo que era, pero solo debido a que él era uno de ellos. Con tanto dinero, sería pan comido subir de color y conseguir una vida digna de ser vivida no solo para él, sino para su mujer e hijas. ¿Qué le importaba a él la mujer del cabello rosa, el chulo de Somat, el retrasado mental de Nadría, aquella mujer con la boca de hipopótamo o la chica pálida?

Nada, absolutamente nada. Las únicas personas que Goedi quería proteger era él mismo y su familia. Aunque, para ser justos, en el fondo esperaba que nunca tuviera que decidir traicionar a sus camaradas. Sería más bonito y menos violento conseguir mejorar su condición de vida sin mancharse las manos con los que supuestamente eran sus amigos.

—¿A qué estás esperando...? ¡Contesta! —gritó Muma y dio un pisotón al suelo ajedrezado de la cocina —. ¡¿Traicionarías a la revolución por un millón de créditos, sí o no?

—¡Ni! ¡Digo no! ¡Por supuesto que no lo haría! Soy un fiel seguidor de la revolución... ¡Y estoy cansado de que se me interrogue! ¡No he venido aquí para ser juzgado constantemente! —gritó y apresuró a largarse de la cocina que le estaba resultando más opresiva que de costumbre.

En la mesa quedó la taza de leche con los cereales ahogados, reblandecidos, convertidos en una masa fría e insípida. Además, seguían sonando los segundos dolorosos, uno tras otro caían sobre las tres mujeres que se miraban entre ellas en un silencio que se alargaba ruidosamente. Al final, fue Muma quien rompió el silencio hablando con desgana.

—Micaela... no sé por qué te fías de esa rata... —dijo Muma, cruzándose de brazos y durante unos instantes casi apoya la espalda contra la pared, pero en el último de los momentos no lo hizo: se dio cuenta de que se encontraba bastante sucia, un adjetivo que se podía aplicar a todo el cuartel general.

Micaela masticaba chicle despreocupadamente, sin importarle demasiado la poca confianza que merecía aquel hombre que tenía grandes sueños, pero mezquinas maneras de llegar hasta ellos. Aunque seguramente gracias a esto, puede que él fuera el único capaz de triunfar.

—A ver... no es que me fie de él totalmente, pero por el momento no tenemos demasiada gente metida en el chollo. Supongo que habrá que mantenerle vigilado y si veo que le tienta darle a la lengua, cortársela y punto —dijo Micaela. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora