93. La cucaracha humana

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 Micaela abrió la puerta que daba al cuartel general de los revolucionarios, pero dio lugar a un lugar de tonos marrones, oscuridad de tonos pardos y monocromáticos, sin que tuviera el aspecto que mereciera semejante nombre.

—¿Esto es el cuartel...? —preguntó Muma y tal como estaban las cosas, lo que más quería hacer era huir de Asli e ir a otras islas en dónde no tuviera tantos problemas. Pero el tema de Nunanejo la obligaba a estar allí.

—Apenas hemos comenzado con la revolución —dijo Micaela, que seguía sonriendo de manera desvergonzada.

Naida arrugó la nariz: aquello olía mal, humedad desgraciada que le provocaba una sensación que era un poco menos que la náusea. Muebles gastados, pósteres de películas extrañas pegados a las paredes, una alfombra que daba la sensación de que tenía encima toda la suciedad del mundo. Por poco no se dio la vuelta y regresar al Castillo Paleta, pero pese a que allí gozaba de todos los lujos, no contaba con lo que más deseaba: contacto humano.

—¿Y cuánto crees que tardaréis en hacer una... revolución? —preguntó Naida.

Micaela puso un dedo sobre su mentón, alzó la mirada a un techo tan sucio que parecía suelo.

—Pues no lo sé... Bastante, creo. Todo está muy verde en esta isla, pero con este tipo de cosas lo mejor es no apurarse demasiado —explicó y las tres caminaban por un largo corredor lleno de puertas cerradas —. ¿Pero dónde se ha metido todo el mundo...? ¿No hay nadie en el cuartel...?

Muma gruñó, por mucho que le llamara cuartel, aquello no pasaba de ser piso maltrecho en el cual no viviría ni loca. Aunque tuvo que reconocer que, desde que había entrado, no había visto ni una cucaracha.

Una puerta abierta reveló el escenario de una cocina de frigorífico rumiante y una gran cantidad de platos en el fregadero. En la única mesa que cruzaba el espacio, se sentaba un hombre que comía unos cereales con leche a pesar de que ya rozaban las dos de la tarde.

—Pensé que no había ni una cucaracha, ¡pero aquí tenemos a una! —rugió Muma al reconocer el sujeto, se trataba, ni más ni menos, que Goedi.

—Tú... ¿Qué haces aquí? —preguntó levantándose y temblado, en esos momentos pensaba que la mujer de la boca de hipopótamo ya se encontraba en el poder de los agentes de Uno y no en el cuartel.

—¡Eso no es lo importante! —gritó Muma y se abalanzó sobre uno de los cajones cogiendo lo primero que su mano cogió. Con tal objeto, amenazó a Goedi —. ¡Cucaracha traidora! ¡Fuiste tú quién me vendió a la cabeza tentáculo!

—¿Por qué me amenazas con una cuchara...? —preguntó Goedi, que había retrocedido hasta quedar en una esquina de la cocina.

Muma observó su mano. Efectivamente, había cogido una cuchara.

—¡Porque no te quiero acuchillar, quiero sacarte los ojos! —aulló lanzándose hacia la cucaracha humana. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora