89. Valentía nacida de la cobardía

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 La amenaza de sombra creciente se cernía sobre las dos mujeres, pero solo parecía que Muma se encontraba preocupada. Gotas de sudor perezosas como caracoles se escurrían por su rostro y las manos le temblaban, era bien consciente de que dentro de poco su cuerpo sería castigado por la autoridad de unas cuantas porras sujetas por las manos sin piedad de unos malnacidos.

Confiaba en poder clavar el palo en el ojo de algún bastardo antes de que todo el peso de la ley cayera sobre su bonito cuerpo, antes de que la manada le atizara con sus porras hasta dejar su piel cubierta por lagos de moretones.

A su cerebro solo se le ocurrió una manera de salir de aquella, una que no le gustaba demasiado a Muma porque significaba depender de la bondad de la monarquía. Y, como se ha dicho en numerosas ocasiones, la rubia no era precisamente la mayor fan de esa institución.

Pero de perdidos al río, prefería prostituir un poco sus principios antes de permitir que golpeasen su cuerpo. Giró la cabeza con tanta velocidad en dirección a Naida que esta no pudo dejar de pensar que se parecía bastante a un búho.

Ella permanecía en un segundo plano, observando aquella escena como si perteneciera a una película. Seguramente el privilegio de su vida anterior hacía que se olvidara del peligro en la que se encontraba inmersa.

—¡Ahora es el momento en que le digas lo que le tienes que decir!

Los ojos de Naida se abrieron ligeramente.

—¿Qué...? ¿De qué estás hablando...? ¿Qué es lo que tengo que decir?

—¡Pero no me digas esas cosas! —gimió Muma.

Los azules se acercaban. Lenta, pero inexorablemente.

—¡No sé de qué me estás hablando! —le gritó Naida.

A Muma le dieron ganas de darle una bofetada, pero el quebrantamiento de sus esperanzas se lo impidió. Ideas terribles pisaban su moral: puede que en realidad aquella chica no fuera la princesa o, peor aún, pensaba dejarla en la estocada y utilizar su privilegio de la familia real para salvar su níveo trasero. (Aunque Muma nunca se lo había visto, podía adivinarlo fácilmente porque Naida era más blanca que la leche)

Lágrimas inconscientes saltaron de sus ojos y apretó con fuerza el palo: puede que ella fuera a caer bajo la brutalidad policial, pero por lo menos se llevaría algún ojo con ella y en eso prefirió centrase: en la furia que rugía en sus entrañas por la injusticia de aquel mundo.

Solo le había propinado un golpecito de nada en la garganta a un policía, ¿acaso solo por eso se merecía que unos cuantos energúmenos le golpearan sin piedad? ¡No, de ninguna manera! ¡Lo suyo fue un accidente, aquello era completa y absolutamente premeditado!

—¡Venid a por mí, cabrones! —les gritó, con una valentía que nacía de la cobardía. 

Muma I (Finished)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora