Capitulo 30 (Poncho)

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Tan pronto crucé la puerta de la casa de Dul eché a correr hacia la mía, reflexionando mentalmente para recordar donde demonios había dejado la llave de la moto. Entré en mi casa como un vendaval, pues no quería darle tiempo a que se tropezase con algo y que volviese a caer. Créanme, conocía a Dul de toda la vida, uno nunca puede dudar de su capacidad para accidentarse, es algo digno de estudiarse.


Iba tan despistado que por poco no embisto a mi papá como si fuera yo un toro, suerte que sus reflejos, a pesar de sus cuarenta y tantos años, seguían en buena forma, por lo que pudo apartarse a tiempo.


- Óyeme chamaco, fíjate por donde caminas, casi me tumbas – se quejó al tiempo que daba un brinco hacia la derecha.


- Perdón pa, pero tengo prisa – me disculpé a gritos mientras revisaba todos los muebles de la cocina, en busca de las condenadas llaves.


- ¿Por qué tan apurado? – se sorprendió al tiempo que entraba también a la cocina.


- Quedé en llevar a Dul, vamos todos a la playa de... excursión, si quieres decirle así – resumí la historia mientras abría un cajón, donde no encontré más que tenedores y cuchillos.


- Me imaginaba que si andabas tan apurado era porque esa niña andaba de por medio – y tanto me sorprendió el tono con el que pronunció esas palabras que olvidé momentáneamente mi búsqueda, para mirarlo directamente.


- ¿Qué quisiste decir con eso? – le pregunté con tono exigente.


- Nada, simplemente que llevas poco más de tres días en Ikal y ella te ha visto más que el resto de tu familia junta – contestó mirándome seriamente, y no pudo evitar que su voz sonara a reproche.


- No entiendo a que viene eso – confesé aturdido ¿Desde cuándo estaba mal que yo pasara tiempo con Dul?


- Poncho, hace rato vino la señora Valente a decirme que ayer en la noche los vio a ti y a Dulce besándose en el jardín de su casa – me contó, a lo que reaccioné con una mezcla de estupefacción e indignación.


- Papá, no puedes andarle creyendo a esa mujer, por Dios, eso es mentira – dije rotundamente.


- Lo sé, todo el pueblo sabe que la señora Valente nunca se ha caracterizado por la veracidad de sus comentarios – asintió dejándome más confundido que antes.


- ¿Entonces cual es el problema? – insistí nervioso y olvidando completamente que estaba haciendo esperar a Dul.


- Poncho, el problema es que tienes veinte años y nunca nos has traído a ninguna muchacha a casa ni tampoco se te ha conocido ninguna novia – respondió sin contestar realmente a mi pregunta, que más bien era ¿Cuál es el problema con Dul?


- Papá, tu lo has dicho, tengo veinte años, a lo mejor a los treinta y cinco o así empiezo a preocuparme por ser un solterón, pero de momento eso no es algo que me quite el sueño, y sigo sin ver qué pinta Dul en todo esto – le solté muy rápido y sobre todo molesto. Yo sabía que mi papá, por alguna extraña razón, nunca había acabado de encajar con Dul. No estoy diciendo que se llevaran mal ni nada de eso, pero no sé, yo siempre había notado que mi papá no... no sé, simplemente, no encajaban.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora