Capitulo 45: "El nombre de la princesa"

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PONCHO

Me desperté tan dolorido como sobresaltado. Me llevé una mano a la nuca. Sin duda lo de dormir en el sofá no había sido la idea del siglo, pero por lo menos había evitado tentaciones innecesarias con Dul, quien parecía haberlo entendido perfectamente, es más, yo incluso diría que parecía aliviada... ¿se estaría dando cuenta de algo ya? No tuve tiempo a pensar más en ello porque de inmediato me di cuenta del motivo por el que me había despertado de esa forma. Se me heló la sangre al escuchar los alaridos que provenían del piso de arriba. Dul.

Sin molestarme a mirar si estaba vestido o como Dios me había traído al mundo, subí las escaleras de cinco en cinco y corrí como si la vida me fuera en ello hasta la habitación de Dul. Abrí la puerta alarmado y allí estaba Dul en su cama, gritando como si la estuvieran matando mientras se revolvía nerviosamente entre las cobijas.

Me acerqué a ella lentamente con intención de despertarla con cuidado, cuando un grito aún peor que los anteriores hizo que me paralizara de puro horror.

- ¡NOOOOOOOOOOOOOOOOO! – gritó agónicamente dando un manotazo al aire.

Llegué junto a su cama y apoyé una rodilla en ella mientras extendía un brazo para sacudirle un hombro y despertarla. Santo Dios ¿qué podría estar soñando para ponerse así? Le sacudí ligeramente un hombro mientras susurraba su nombre, pero ella no se despertó, solo repetía <<Déjame, suéltame... >> incesantemente. Tan angustiado como ella, decidí dejarme de delicadezas y volví a llamarla.

- ¡DUL! - alcé la voz para hacerme escuchar entre sus gritos. Lo siguiente que pasó tardé mucho tiempo en entenderlo.

Dulce se despertó sobresaltada, deslizó su mirada hasta el hombro que yo aferraba y con un jadeo se sacudió mi mano, alejándose de mi con una expresión de horror y asco que nunca podré olvidar. Completamente sacado de onda, traté de acercarme a ella pero para mi sorpresa, retrocedió mientras lloraba nerviosamente. Se abrazó las piernas y se acurrucó todo lo que pudo, hundiendo la cabeza entre sus rodillas y evidentemente sufriendo un ataque de histeria. Se mecía rápidamente y jamás alzó la cabeza para mirarme, simplemente siguió sollozando como yo nunca la había visto.

Petrificado, traté de recomponerme viendo como mi mano temblaba luego de su rechazo. Poniéndome así no la iba ayudar en nada. Me acerqué a ella haciendo que ella retrocediese hasta quedar pegada a la pared pero siguió sin mirarme. Descorazonado, me senté frente a ella pero respetando su espacio.

- Dul... - la llamé suavemente.

Pero ella negó con la cabeza y siguió sin mirarme, hundiendo más su rostro entre sus rodillas. Con infinito cuidado puse mi mano sobre su cabeza y pareció que iba a rechazarme, pero yo insistí acariciándole el cabello con ternura. Aun sollozando, levantó ligeramente la cabeza y me miró con los ojos enrojecidos y sobretodo asustados. Muy asustados. Coloqué un dedo bajo su mentón y terminé de alzarle la cabeza, recogiendo al vuelo una de sus lágrimas. Al fin pareció reconocerme.

Hizo ademán de moverse para recorrer el espacio que nos separaba pero fue demasiado tarde, porque yo ya me había deslizado hasta ella y la envolví en mi abrazo. Se acurrucó en mi pecho y siguió llorando con la misma intensidad de antes, mientras yo la estrechaba contra mi mismo y la miraba angustiado.

- ¿Qué pasa Dul, que tienes? - pregunté tantas veces que no puedo ni recordarlas, pero no recibía respuesta, su llanto era el único sonido que se sentía en la habitación.

Pasó bastante tiempo antes de que lograra tranquilizarse. Su pequeño cuerpo se estremecía contra el mío y sus lágrimas habían inundado mi playera. No podía dejar de observarla, asustado ¿qué podría haber soñado que provocarle semejante reacción? Poco a poco, su respiración fue acompasándose y los sollozos eran más aislados, hasta que dejó de llorar. Pero no la solté. No me sentía preparado para dejarla marchar, podría asegurar que estaba más asustado que ella misma. La atraje todavía más contra mi pecho, tranquilo por saberla segura entre mis brazos, y le besé el pelo. Era una reacción ilógica, pues nunca había estado en un peligro físico real, pero aún así no podía evitarlo.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora