Cap 56: "Sonrisas de Cartón"

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- Si mamá, me regreso rápido, no te preocupes – insistí desde la puerta.

- Eso espero Dul, acuérdate que mañana es un día muy importante para ti y tienes que estar descansada – repitió por nonagésima vez desde la cocina, donde recogía los restos de la cena.

- Si mujer, no hace falta que me lo digas tu porque Mai acaba de mandarme un mensaje con lo mismo, ¡me saturan! - fingí desesperarme.

- ¡Agarra una chamarra, sabes que te resfrías con mucha facilidad! – bufé ante tal afirmación. Yo era la primera en saber que era delicada, aunque me chocase reconocerlo, por lo mismo no me llevé la chamarra.

- ¡No hace frío! – protesté – ¡bye ma! – me despedí cerrando la puerta - "te resfrías con mucha facilidad" - repetí ofendida, mientras me colocaba el vestido – ja, ni que fuera de cristal...

Salí a la vereda y vi como la luz de la habitación de Poncho estaba prendida. Tuve la tentación de ir hablar con él, me valía gorro que la Ximenita esa estuviera de arrimada en aquella casa. Pero no lo hice. Yo tenía mi orgullo y yo no había hecho nada malo, lo único, morderlo, pero por eso ya me disculparía desde que él se disculpara primero conmigo por su bipolaridad. Yo no había hecho nada para que me tratara así, mejor dicho, para que no me tratara, porque salvo para gritonearme en la tarde no me había hablado para nada. Que se quedara con su novia...

Había decidido no plantearme nada de lo que había hablado con don Sebastián hasta después de la graduación, no quería amargarme el día pensando en tarugadas. Pasé de largo por la casa de Poncho, a pesar de que tenía ganas de visitar a su hermanita para saber como le había ido con Eric. Había confirmado que las únicas normales en el clan Herrera eran las mujeres.

Caminé distraídamente por el pueblo, arrepintiéndome de no haber agarrado la chamarra como me había dicho mi madre. ¿Nunca se han preguntado por qué demonios las madres siempre tienen razón sobre el tiempo? Yo si. Me froté los brazos mientras una ligera brisa me alborotaba la melena. Todo estaba muy tranquilo, pero era la calma que precedía a la tempestad. Por lo menos yo en el reventón del día siguiente estaba dispuesta a no acostarme hasta las diez de la mañana, aunque tuviera que levantarme a las once para ir a trabajar.

Llegué a la playa. Me arrepentí enseguida, recordando que Poncho había dicho que quizás se llevase a Ximena por allí para dar una vuelta. A lo mejor inconscientemente hubiera ido allí para verlo. Aunque me hiciera daño verlo con ella, era mejor que nada.

Me quité los zapatos, calzado nada adecuado para caminar por la arena, y avancé hasta quedar cerca del agua, donde me senté. Hundí los dedos de los pies en la arena, disfrutando de esa sensación, y cerré los ojos, inspirando profundamente para embriagarme con el ya conocido olor a mar. Decidí que Ikal era un sitio estupendo para vivir. Y no pude decidir nada más, porque en ese momento una humedad recorrió mi cara desde la barbilla hasta el ojo derecho.

- ¿Qué? - balbuceé abriendo los ojos.

Allí estaba Pulgoso, el precioso Golden Retriever blanco de Giovanni, mirándome con cara de santo. A pesar de tener ya dos años, seguía comportándose como un cachorro alocado. Siempre pensé que era cosa de que se parecía al dueño, que también era como un cachorro alocado.

- ¡PULGOSO! No manches, ¿qué te dije de los besos en la boca? - lo reprendí de broma. Me miró con los ojos brillantes y luego se sacudió el agua que llevaba encima, que cayó toda sobre mí – ¡GRACIAS! – bufé completamente empapada. Era increíble la cantidad de agua que podía absorber ese perro.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora