Cap 53: "Menos Dulce y más María"

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Salí de mi casa con tiempo de sobra. Estaba asombrada conmigo misma, primero por lo rápido que me había recuperado de mi estado de ánimo apático y deprimente para cualquiera que estuviera cerca de mi, y segundo porque me había tardado prácticamente cinco minutos en salir de casa, por lo que eran las cuatro y cuarto cuando me fui. No me lo podía creer ¡Dulce María llegando a tiempo a algún lugar! Podía decírselo a Maura, mi profesora de teatro, que siempre se andaba quejando de mi impuntualidad. Decidí llegarle a tiempo al ensayo de ese día, ya que era el último tendría ese detalle con ella.

Al pasar por delante de la casa de Poncho mi humor se ensombreció ligeramente, así que pasé con rapidez por allí. Lo que me faltaba era encontrarme con la parejita feliz, que ni tan feliz la verdad, porque por lo qué yo había visto, mucha miradita pero poco tocarse. Bueno, era lógico, Poncho era bastante reservado con esas cosas, no le gustaban las exhibiciones públicas.

Me encontré con cuatro o cinco ancianos que me dijeron lo bonita que iba. Llegué al Tequila frustrada y herida en mi ego femenino ¿por qué solo me piropeaban los viejos? A ese paso tendría que casarme con un anciano, pues era los únicos que me hacían caso. Bueno, ellos y Ucker, pero antes de casarme con el arrogante y descarado de Ucker me casaba con un abuelo.

Allí dentro estaba ya Edgar esperándome en una mesa, concentrado en el periódico. Era tan guapo que casi debería cobrar por dejar que le mirasen la cara. Y con gran satisfacción detecté en una de las esquinas del bar a Ramona, sentada en una mesa junto a su amiga Pilar. Las saludé con una mano, queriendo asegurarme de que me habían visto, y luego me junté con Edgar. Normalmente no era tan víbora, pero a veces me cansaba de ser la buena del cuento y a la que le pasaban todas las pendejadas.

- Hola – lo saludé sentándome frente a él.

- Hola Dul, no esperaba que llegaras tan pronto – admitió sonriendo a modo de disculpa. Tenía que admitir que mi fama no era desmerecida.

- No tenía nada que hacer – me encogí de hombros.

- Mira nada más – nos interrumpió Aarón colgándose un paño del hombro – yo aquí trabajando como una mula y la señorita de vacaciones.

- Aarón, te juro que pasado mañana estoy aquí de mañana, tarde y noche – le aseguré con mi ensayada "cara de no haber roto un vaso en mi vida". Aunque claro, no se la creía, me había visto romper más vasos que un elefante en una cacharrería.

- Si, claro, con la borrachera que van a agarrar mañana en la fiesta... no creo ni que puedas levantarte por la cruda – se burló Aarón.

- ¿Por que no le llamaste aún a Alcohólicos Anónimos? - me ofendí – guey, no bebo tanto...

- Ya sabes lo que dicen, cree el ladrón que son todos de su condición – intervino Edgar.

- ¿Insinúas algo? - quiso saber Aarón.

- No es una insinuación, es una afirmación, el día de tu graduación tomaste tanto que acabaste bailando la macarena encuerado – me reí solo de imaginar la escena que había relatado Edgar.

- Eso paso hace mucho tiempo – balbuceó Aarón, sonrojándose.

- Fue hace tres años, no una eternidad – le recordó Edgar – creo que aún está el video en youtube, luego lo busco.

- Si lo encuentras pásame el link – le pedí con malicia.

- Dalo por hecho – me aseguró Edgar con aquella sonrisa tan deslumbrante.

- ¿Que quieren de tomar? - nos espetó. Era la táctica secreta del mesero, cuando un tema no nos interesaba, recordábamos nuestras obligaciones.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora