Capítulo 77 "Ardilla despeluchada"

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Traté de mantenerme despierta mientras aquel infernal bosque se iba quedando cada vez más atrás. Si me dormía me despertaría en mi cama una semana más tarde (por lo menos) y con mis preguntas sin responder. Y eso si que no. Pero la cosa no era tan fácil.

Teniendo en cuenta que en un día había hecho un casi striptease grupal, una obra de teatro, había tenido cena de graduación, peleas, coqueteos, lucha con Ucker y conversaciones cívicas con Derrick, yo diría que era bastante comprensible que me estuviera cayendo de sueño. Aun así me forcé a llevar los ojos bien abiertos.

En una de mis caídas de párpados, que estuvo a punto de ser la definitiva, Poncho se detuvo y comentó algo. Intenté concentrarme en lo que estaba diciendo, despidiéndome con cierto disgusto de los confortables brazos de Morfeo.

- No sabía que llevaba a la Cenicienta – bromeó para mi sorpresa. Pero me gustó verlo animado de nuevo, llevaba unos días demasiado serio.

Alcé la cabeza para mirarle a él y luego, a desgana, a desvié para seguir la dirección de su mirada. Uno de mis zapatos estaba tirado en medio del camino. Ojalá y dentro no me trajera algún regalito, tipo ratón de campo o similares.

- Chale, si me regreso sin ellos mi abuela me mata – murmuré, sabiendo que debería ir a recogerlo. En cambio no me moví. Entiendan, se estaba muy a gusto ahí.

- Puedo volver por ellos más tarde – se ofreció Poncho. Ahí mi adormilado cerebro reaccionó. Ese condenado guey quería que me durmiera para escapar del interrogatorio. De eso nada.

- No, no, yo los recojo ahora – decidí, pataleando débilmente para que me soltase.

Una vez me hubo dejado delicadamente en el suelo, no supe bien si estaba borracha o dormida, pero tenía una extraña sensación de irrealidad. Me parecía que todo lo estaba viendo a través de la televisión, como de forma indirecta. Sacudí la cabeza mientras me frotaba los ojos. Una vez los volví abrir, esa impresión había remitido ligeramente. Me agarré el vestido para bajarlo, tratando de localizar el otro zapato. Que Poncho me viera como niña chiquita tampoco era motivo para enseñarle la mercancía, digo yo.

Agarré el que había visto, y eché un vistazo para localizar el otro. Nada. Ni rastro del méndigo zapato. Pues por alguna parte tenía que estar, que una liebre se lo hubiera encontrado y se lo llevase no me parecía una opción nada viable.

- ¿Buscabas esto? - me preguntó Poncho, justo detrás de mi. Volteé, y lo vi sujetando el zapato del pie derecho y mi minúscula bolsa negra.

- ¡Híjole, es cierto, también había perdido la bolsa! - exclamé, dándome cuenta por primera vez de su desaparición. Los zapatos lo notaba más, sobre todo al pisar las piedras.

- Y perderías la cabeza si no la llevaras pegada al cuello – agregó mirándome con una ceja alzada. Me indigné ligeramente. Ok, era un poco despistada, pero tampoco tanto.

- Supongo que mejor perder la cabeza que un celular prestado – contesté distraída, sacando el celular de la bolsa. Tenía tres llamadas perdidas de un número desconocido, pero cero crédito para devolver la llamada, así que lo volví a bloquear y lo guardé de nuevo.

Ambos nos quedamos en silencio, supongo que evaluando la situación. Al menos yo si lo estaba haciendo. Miré al oscuro horizonte, donde a lo lejos, se distinguían las luces del Tequila. Luego bajé la vista a mi reloj de pulsera. Ni siquiera eran las tres de la mañana y ya estaba poco menos que muerta. Eso de que la edad no perdona es cierto, por lo visto.

Me puse los zapatos, en un arrebato de dignidad. Tendría que pasar por el Tequila antes de regresar a mi casa, que en ese momento se me hacía el lugar más hermoso del mundo, y no quería llegar descalza. Era una reacción estúpida, lo sé, pero esos centímetros me hacían sentir más imponente, y no quería llegar con Angelique y los demás como una perdedora. Hablando de Angelique ¿qué habría pasado con Ucker? Poncho no me dijo lo que había pasado con él.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora