Capítulo 90 "No soy igual de inmune a ti"

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Dulce



El mejor momento del día fueron los dos primeros segundos que estuve despierta, mientras todavía no era consciente de lo que había pasado. Luego los recuerdos y problemas empezaron a amontonarse de nuevo en mi cabeza, por lo que la repentina felicidad se evaporó. Eso, sumado a que en una hora entraba a trabajar, y que mi madre estaba en la casa, pues la sentía caminar en el piso de abajo, hizo que el día empezara realmente mal.

Corrí a darme un regaderazo, me sequé el pelo y alisé el flequillo, me vestí escuchando mentalmente los comentarios de Aarón mientras me ponía unos shorts de mezclilla y una top azul oscuro de manga corta y escaso escote. Si enseñaba por un lado no podía hacerlo por el otro, y los shorts eran lo suficientemente cortos como para hacer honor a su nombre. Me calcé los tenis, pues mi trabajo no me permitía llevar nada más glamuroso sin acabar con los pies destrozados, y me dispuse a bajar. Luego retrocedí para agarrar mi celular. Después volví para pintarme ligeramente los ojos. Y ya no se me ocurría nada más para hacer. Tenía que bajar, si o si. Y no había forma humana de evitar que Alma me viera. Ojalá viviéramos en una mansión como esas que salen en las telenovelas, en lugar de una casita que parecía de muñecas.

Hice el mínimo ruido posible al bajar las escaleras, mirando con una mueca de tristeza la cocina. Estaba harta de ese ayuno involuntario. Casi conteniendo la respiración, bajé el último escalón, que crujía. Y mi madre asomó la cabeza desde la cocina. Maldito escalón.

- ¿Podemos hablar? - preguntó con gesto serio.

- Igual querer es poder, pero poder no es querer – me hice la chistosa, pasando por delante de ella, camino hacia la puerta. Me retuvo agarrándome un brazo.

- Me puedes explicar a que viene esta actitud – me reclamó, taladrándome con la mirada.

- ¿Qué actitud? ¡Ah! - fingí darme cuenta -, ¿la de desprecio? Pues no sé, porque tu no has hecho nada para merecértela...

- Por supuesto que no – se reafirmó, muy ufana.

- Entonces todo está bien – concluí, sacudiéndome su mano de encima.

- No está todo bien – me contradijo, cruzando los brazos sobre el pecho -, ¿Por qué estás así conmigo?

- No sé – me encogí de hombros -, pero deberías alegrarte, si algún día escribes tus memorias todo el mundo te admirará por ser una abnegada madre soltera lidiando con una malcriada hija adolescente.

- No creo que seas malcriada, y todo esto empezó desde que tu abuela vino de visita – esto último lo dijo más para ella que para mi.

- Pobre mujer, no le eches la culpa, aún encima de que hace bien poco tenía un pie chueco... - fingí lamentarme. Ella se tensó ligeramente, pero lo noté porque había esperado su reacción, de otra forma, no me habría dado cuenta.

- No te vas a ningún lado, tenemos que hablar – la escuché a mi espalda, cuando me di la vuelta para irme.

- Lo siento pero tengo que irme. ¿Sabes? Algunas cuando salimos de casa vamos a trabajar, no a trabajarnos a alguien – añadí con rencor.

Me hubiera gustado verle la cara, pero en ese momento cerré la puerta tras de mi, dejándole seguramente medio shockeada. No crean que me sentía bien hablándole así a mi madre, pero en ese momento estaba tan enojada que de mi boca podía salir cualquier cosa. Y por otra parte, no era que no se lo mereciera, una mujer que dejaba a su hija por ir a verse con el padre de esta, que no quería saber nada de ella, tampoco era como para premiarla precisamente. Lo que era en cierta forma chistoso, por decirle de alguna forma, era el hecho de que me prestase atención por primera vez en mucho tiempo, por haberla insultado. Menos mal que no me había planteado antes ser conflictiva para llamar su atención, o habría tenido una adolescencia muy difícil. Y es que por mucho que me jodiese reconocerlo, toda mi vida había deseado que se fijase más en mi.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora