Capítulo 105 "Casi beso en la regadera, parte II"

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Dulce


Al fin conseguí pararme en aquella estúpida roca que no hacía más que darme problemas. Bien, pues yo nunca me daba por vencida y no me iba ganar un fósil. Satisfecha, contemplé el paisaje, que apenas había cambiado en los últimos años.

Estaba en mi rincón secreto, por así decirlo. Ikal estaba situada al lado del mar, y aunque a todos nos gustaba la playa, sobre todo cuando había fiesta, la verdad yo siempre había preferido aquel pedacito de paraíso relativamente perdido.

Se trataba de un arroyo que discurría por medio de un apacible bosque de árboles separados y la vegetación justa para ser bonito pero que yo no me perdiera en medio de tanta hierba. Me encantaba ver como el agua caía con fuerza por la pequeña cascada, sentir ese golpeteo incesante del agua era tan relajante que por un momento se me olvidaron los problemas.

La piedra gris a la que estaba encaramada contrastaba con el resto del paisaje, totalmente verde. Esta estaba situada justo en la orilla del regato, a unos metros de la cascada, donde el agua todavía venía con algo de fuerza. No era un sitio demasiado peligroso, si no contabas como peligro caerte y empaparte, pero ni siquiera yo me había caído nunca, y con lo torpe que soy, era todo un logro.

Cerré los ojos, dejando que todo lo que escucharan mis oídos fuera el agua cayendo, notando como me salpicaba ligeramente los pies cobijados por unas sencillas sandalias y disfrutando de los rayos de sol calentando mi piel. ¡Como había necesitado todo aquello!

Había ido a trabajar y de paso ofrecerle una disculpa a don Gabino por haber faltado el día anterior. Por suerte era un buen hombre y no se molestó, asumió que la fiesta de Annie había sido peor aun que la del Tequila y que necesitaba descansar. Supuse que la Caníbal, a la que tampoco había ido a ver, no sería tan comprensiva.

Solamente vi a Aarón aquella mañana, pero fue suficiente. Si alguna vez había usado su "modo paternal", no era nada comparado con aquello. Solo le faltó cachetearme como Alma. Y lo único que pude fue contestarle con evasivas. ¿Cómo le decía que su ex – novia había amenazado con herir a Poncho si no la seguía? No era un tema fácil de tratar. Aunque también estaba el hecho de que no quería admitir que había ayudado a Poncho. Porque me sentía como una estúpida, por haberlo hecho, pero sabía que si se presentara la misma situación, volvería a hacer lo mismo. Finalmente se dio por vencido y se fue enojado. No me gustaba estar así con él, pero esperaba que se le pasara pronto.

El trabajo no fue fácil, la mano izquierda me la había vendado porque estaba siniestro total, pero la derecha había puesto tiritas aquí y allá, tratando de tapar las peores heridas. Y en un momento que tuve que cortar un limón, creí que moriría del dolor. Tampoco di explicaciones sobre mis heridas. Estuve parca en palabras, la verdad.

Por suerte, Derrick no se presentó a trabajar. No sabría que decirle. No debería haberle besado, estaba enredando las cosas más, y mi vida era lo suficientemente complicada en ese momento, no necesitaba más broncas, gracias. Y luego estaba el choro que le había inventado a Poncho. Ni siquiera sabía en qué estaba pensando. Bueno, si, en hacerle daño por lo de Santa Angelique. Cada día la odiaba más. Y él estaba totalmente ciego. ¿Que no tenía motivos para pegarle? Primero, me había dicho que era su idea lo de mi noviazgo con todas las ventajas del mundo con Ucker, y segundo y no por ello menos importante, había besado a Poncho. Mi Poncho. Tarado y todo, mío. Y si no me gustaba que se lo besuqueara Ximena (en mi imaginación lo hacía, porque en la vida real aun no lo había visto), menos me gustaba que lo hiciera ella, que ni siquiera era buena persona. Aun con todo, inventarme que me había acostado con Derrick era demasiado. Ni siquiera sabía si podría mirarlos a alguno de los dos a la cara nunca más.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora