Capítulo 165 "Quiero estar contigo"

382 24 7
                                    

Poncho

No muchas horas más tarde, me desperté por culpa de una manada de elefantes, quienes con sus grandes patas aplastaron una de mis piernas y mi estómago. Desorientado, di un manotazo al aire con el que pretendía despejar lo que fuera que me había atropellado. Me costó mucho abrí los ojos. Hice un pobre intento, volví a cerrarlos ante una cegadora luz y me los froté varias veces. Luego hice otra prueba, en la que conseguí que se convirtieran en dos rendijas. Si, definitivamente ya había amanecido. Apoyé una mano en la cama para incorporarme, pero volví a tantear el aire. Y me caí. Para mi suerte la cama no era demasiado alta, pero los golpes duelen igual. Lo bueno fue que ahí si que abrí los ojos del todo. Después de bostezar, miré hacia la cama. No, definitivamente mis sábanas no eran de ese color, por no hablar de la invasión de peluches. No estaba en mi habitación. ¿Dónde estaba?

Poco a poco fui recordando todo, desde el entierro, la espera en la casa de Aarón, el Tequila ... me rasqué la cabeza, siendo vagamente consciente de que no había avisado en mi casa de que no iría a dormir. Apoyé el codo sobre la cama y dejé caer mi cabeza sobre mi mano, todavía confuso. En teoría debería haber dos personas en esa cama, y de momento había una en el piso y otra desaparecida. ¿En qué dimensión desconocida Dulce se levantaría antes que yo por propia voluntad? Y no creí que fuera a trabajar, aunque era muy capaz. Me levanté del piso todavía adormilado, con la espalda dolorida, y busqué algo que me pudiera indicar en que hora vivía. Palpé mis piernas y si, mi celular seguía dentro de mi pantalón así que lo agarré. Las diez de la mañana. Comprobando que estaba completamente vestido y que no había hecho nada, consciente o inconscientemente, me dispuse a buscar a Dul. Trastabillé hasta salir de la habitación. Recorrí el pequeño pasillo que llevaba hasta las escaleras, y no se veía a nadie. Justo en ese momento, de una de las habitaciones salió un señor de unos sesenta años, ataviado únicamente con unos llamativos bóxers llenos de corazones. Abrí la boca, pero no se me ocurrió nada que decir. ¿Qué era lo que se decía en esos casos?

- Buenos días – empezó él, sonriente. Si, era una opción -. Buscas a Dulce, ¿no? - asentí torpemente -, está en el baño ... creo que la bebida no le cayó demasiado bien ... o eso o hiciste muy bien tu trabajo campeón – añadió, dándome un codazo en las costillas.

Enrojecí al instante, como si hubiera sido enchufado a una corriente ¿trabajo? ¿qué trabajo? Ni de lejos había hecho yo un trabajo como eso, por mucho que me hubiera gustado.

- No, yo, no ... - conseguí balbucear, pero parecía que estaba sufriendo un cortocircuito.

- ¿No, qué? Que yo también tuve tu edad – se rió, guiñándome un ojo. Por alguna razón desconocida, mi cerebro registró el hecho de que, aunque no llevaba pantalones, si llevaba calcetines.

- No es lo que ...

- Tranquilo, Andrea es una mujer muy abierta, no le importa – me consoló -. Ah, y si necesitas ... ya sabes, ponerle la capa a superman, tengo en nuestra habitación, ¿ok? - me palmeó un hombro -. Por cierto soy Alfredo. Y mejor te dejo, me muero de hambre ... - añadió antes de bajar las escaleras.

Me quedé como un minuto en shock. El nuevo novio de Andrea acababa de ofrecerme condones para que los usara con Dul. ¿En qué momento el mundo se había vuelto tan loco? Pero de pronto unos ruidos procedentes del interior del baño me devolvieron a un estado de conciencia.

- ¿Dul? - la llamé, tocando la puerta -. ¿Estás bien?

Luego de unos cuantos ruidos más, me respondió.

- No, seguramente vaya a morirme aquí, pero acepto gustosa si se acaba este martirio – escuché su dramática declaración ahogada por las paredes.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora