Capítulo 151 "Tú y tu perra psicótica".

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Dulce


Por suerte no había tenido que robar a mi abuela para tomar un taxi, eso ya hubiera sido como para condenarme a la cárcel. Entre mis pertenencias se encontraba mi cartera, que si bien no contenía una pequeña fortuna, era suficiente para mis planes. Hasta cuadró que el taxista no era el típico charlatán al que le pagarías solo porque se estuviera callado cinco minutos, sino que era un hombre bastante antipático, aunque en ese caso me convenía. Cuando me hubo dejado frente a la casa de Aarón, apenas habíamos intercambiado un par de frases de cortesía, y él de manera muy poco cortés, tengo que añadir.

Mientras bajaba, recordé, además de que debía pagarle al taxista, claro está, la última vez que había estado en casa de Aarón. Fue el día del cumpleaños de Mai, más bien la noche, después de su fiesta. Habíamos ido en búsqueda de Giovanni, evitando alguna desgracia causada por su recién descubierto instinto suicida. Pero en fin, ¿quién era yo para juzgarle, cuando yo tenía el mismo instinto alarmantemente desarrollado? Parecía que había pasado una eternidad desde aquella noche, la mejor de mi vida que yo pudiera recordar, y sin embargo solo habían pasado dos angustiosos y terribles días.

Me fijé en la ventana que correspondía a la habitación de los papás de Aarón. Ni rastro de luz. Bien, eso me facilitaría el allanamiento. Si, tenía que dejar pocas pistas para poder disimular mi escapada del hospital, si es que lograba regresar antes de que mi abuela despertase de su "cabezadita". Aunque todavía me quedaban unas pocas horas por lo que me había dado a entender la enfermera.

Caminando en las puntas de los pies, me acerqué a la alfombra que daba la bienvenida, rezando porque hubiera una llave de repuesto ahí debajo. Sabía que tenía que caerle de sorpresa para poder hablar con él, porque voluntariamente no lo haría, así que la opción de llamarle para que me abriese la puerta estaba descartada. Como no, no había tal llave. Busqué alguna maceta en la que pudiera haber, pero la madre de Aarón, al contrario que todas las madres, no era una loca de la jardinería precisamente. Mala suerte.

Empecé a dar la vuelta a la casa, notando un ligero dolor de cabeza. Y la mala suerte me dio un respiro. Estábamos a finales de junio y el calor apretaba, esto unido a que Ikal era un pueblo con índice de criminalidad a cero o como mucho, alguna pintada en la casa de algún profesor, dio como resultado una ventana de la planta baja abierta. Así que solo me quedaba hacer honor a mi apodo de ardilla y escalar. En condiciones normales, estaba segura de que podía hacerlo, con medio cuerpo contusionado ... era más complicado. Aun así, tenía que intentarlo.

La ventana estaba como a metro y medio de alto, y yo no era una jirafa precisamente, lo cual me dificultaba las cosas. Coloqué mis manos sobre el borde inferior de la ventana y apenas si pude reprimir un grito. Me aguanté las lágrimas mientras mi muñeca izquierda me gritaba groserías, y puse un pie en la pared. Me había quitado el cuello ortopédico para no levantar sospechas, lo cual no quería decir que estuviera precisamente curado, como quedó patente al darme un tirón cuando me incliné hacia atrás. Apreté los dientes y me impulsé hacia arriba. En el último momento antes de que mi muñeca me fallara, conseguí impulsar medio cuerpo y quedé colgando, apoyada en mis costillas, también magulladas. Ahí si se me salieron las lágrimas, pero me mordí los labios para no gritar. No podía fastidiarlo todo después de tanto trabajo. Alcé una pierna hasta situarla en la ventana y solo me quedó saltar.

Me gustaría decir que fue un delicado y grácil aterrizaje ... pero seria mentir. Me fui de cabeza al piso, y solo la rápida intervención de mis manos evitó el segundo golpe que si me hubiera dejado ****a de todo. Eso si, casi habría jurado que me había quedado manca.

Contuve la respiración, esperando que empezaran a encenderse luces de un momento a otro y que todo el mundo se alarmara ante un posible y aterrador asaltador, que en realidad era una chica de diecisiete años medio tullida. Finalmente, nada pasó. Era cierto que los padres de Aarón tenían un sueño profundo ... aunque evité recordar a qué se debía el cansancio que provocaba esto. Me paré lentamente, notando palpitar los puntos dolorosos de mi cuerpo ... pero sobre todo mi cabeza. Quizás no había sido tan buena idea ir después de todo, sin los analgésicos me acordaba que mi encuentro con Abril no se había resumido a un par de caricias precisamente. Pero ya estaba hecho lo más difícil.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora