Capitulo 24

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Entré en la consulta del doctor Zaldívar y por poco no me da un pasmo del susto. Pero entiéndanme, la escena parecía de una película de estas trágicas en las que la chica muere y el protagonista se queda solo llorando la pérdida. Dul estaba tirada en aquella camilla, pálida como un muerto y los ojos cerrados, con la ropa ensangrentada y completamente inconsciente mientras el pobre doctor se afanaba en colocarla bien en la camilla, seguramente para después intentar despertarla.

- ¿Qué pasó? – pregunté alarmado mientras corrí hacia ellos.

- No te alarmes Poncho, nada grave – me tranquilizó al instante el doctor Zaldívar – simplemente se desmayó al ver la sangre, es algo muy común.

- A ella nunca le había pasado – recelé y, aunque cualquier otra persona me hubiese mirado mal por cuestionar sus conocimientos, se limitó a sonreírme pacientemente.

- Lo sé, pero el cuerpo humano es algo completamente impredecible – aseguró sin perder la sonrisa – y es algo que con el tiempo tu también aprenderás.

- ¿Puedo ayudarle en algo? – me ofrecí nervioso. Por mucho que yo supiera que no era grave no podía evitar angustiarme al verla así.

- Claro, ¿puedes empapar uno de aquellos algodones con alcohol por favor? – me pidió amablemente mientras sostenía la mano de Dul, la cual estaba acabando de coser.

- Si, claro – acepté al instante, fui corriendo y agarré el algodón, le eché un chorro de alcohol y en menos de veinte segundos estaba listo.

- ¡Que velocidad muchacho! Se nota la juventud – comentó risueño – ahora haz el favor de pasárselo por la nariz, es hora de que se le acabe la siesta – bromeó mientras ponía un apósito sobre la mano de Dul.

Hice lo que me ordenó, pasé repetidas veces el algodón por delante de su nariz y Dul empezó a reaccionar. Frunció el ceño y ladeó ligeramente la cabeza mientras trataba de decir algo. Aun no volvía a la conciencia y ya estaba hablando...

- Dul – la llamó el doctor en voz baja.

- ¿Qué? – preguntó en el mismo tono mientras empezaba a abrir los ojos.

- Ya está, afortunadamente logré que tus tripas no se salieran por la mano – bromeó sin maldad alguna el doctor.

- No esperaba menos de ti– le siguió la corriente Dul.

- A decir verdad no todo el mérito es mío, he tenido un ayudante especial esta vez – añadió mirándome elocuentemente, y no me pregunten porqué, pero en ese momento creí que el sabía que yo y Dul estábamos medio enojados.

- ¿Quién? – preguntó abriendo los ojos del todo. Y cuando me vio supe que no me golpearía porque estaba medio mareada, que si no...

- Pues el futuro doctor Alfonso Herrera, nada menos – declaró con pomposidad el doctor Zaldívar, y estoy seguro que en ese momento me sonrojé.

- ¿Ya me puedo ir? – le preguntó al doctor ignorándome como si yo fuera una columna de aire.

- Dul... – dijo su nombre con condescendencia.

- Chido, pues ya me voy, gracias – decidió incorporándose de golpe hasta quedar sentada, pero no debió de ser una buena idea, pues de inmediato cerró los ojos y se llevó la mano sana a la frente.

- Claro que ya te puedes ir, pero no creo que sea conveniente que te vayas sola, acabas de desmayarte – le aconsejó el doctor, ya sin sonreír.

- Dul, ya sé que llevo todo el día portándome como un patán contigo, pero déjame llevarte a casa, después si me das chance hablamos y si no me voy a mi casa, pero déjame asegurarme de que llegas bien – le pedí no muy seguro de que me hiciera caso.

- Oye Antonio... ¿no oíste como el zumbido de una mosca? – preguntó Dul al doc sin mirarme para nada.

- Dul por favor... – le rogué y al fin me miró.

- Está bien, pero solo porque no me queda de otra – accedió mirándome como al limón.

Entendido, yo era la peor persona del planeta en ese momento. No me esperaba menos, pero no por eso dejaba de dolerme su reacción. La cargué recordando la noche anterior, cuando la subía a su habitación y ella se acurrucaba en mi pecho, no como ahora que se alejaba cuanto podía de mi y me torcía la cara. El doctor nos despidió afablemente, deseándole a Dul no verla en un tiempo, y cuando salimos Mai ya estaba de pie y con color en las mejillas, acompañada de Ucker.

- Dul ¿qué te pasó? – se alarmó Mai seguramente por su palidez.

- Nada Mai – negó rápidamente. Sabía que Mai hacía un mundo de cualquier cosa y seguramente no querría agobiarla.

- Se desmayó al ver la sangre – añadí yo, pues Mai no se había creído que no había ocurrido nada.

- A parte de bipolar chismoso – bufó Dul y me sentí peor aún.

- Ay Peblees, ¿qué vamos hacer contigo? – fingió exasperarse Ucker mientras le sonreía. ¿Era mi imaginación o últimamente se la pasaba sonriéndole? Ni que la vida fuera un comercial de dentífrico...

- Mejor vámonos, necesitas descansar – le dije a Dul mientras caminaba hacia la puerta.

- Si me voy, pero con Ucker – me aclaró pataleando débilmente para que la soltase.

- ¿Qué? – pregunté estupefacto, no podía creer que me estuviese pasando esto ¿ahora prefería a Ucker?

- ¿Estás sordo o qué? – bufó Dul – que me voy con Ucker, suéltame ya, ¿no?

- Yo también Poncho, no te ofendas pero no creo que mi salud aguante otro viajecito de esos... – añadió Mai mirando la moto como si fuera una bomba.

- Ni te preocupes Poncho, yo te la... las cuido – se corrigió en el último segundo

Dejé a Dul delicadamente en el suelo sin ser plenamente consciente de lo que estaba haciendo y esta se separó rápidamente de mi para apoyarse en Ucker, quien la cargó al instante. Maite se adelantó para abrirles la puerta y desde que los dos habían salido, me dedicó una sonrisa y se fue con ellos. Metí las manos en los bolsillos de mis jeans y me quedé medio paralizado... estaba pagando con creces mi comportamiento de ese día.

- Ponchito, corazón, no es mala onda pero ya tengo que ir cerrando – me dijo Veva acercándose a mí

- Si, disculpa Veva – volví al mundo al sentir el contacto de su mano en mi hombro.

- ¿Estás bien? – me preguntó con una sonrisa de consolación.

- No – negué con un hilo de voz. Dios, lo que me faltaba ponerme a llorarle a la recepcionista...

- No te preocupes, Dul es muy temperamental, tan rápido le viene el enojo como se le va – me consoló frotándome el brazo.

- Eso espero – suspiré, y sin más explicaciones, salí del consultorio con dos cosas claras; tenía que hablar con Dul y no tenía que hablar con Ucker. No sabía que le estaba pasando con mi ardilla, pero estaba claro que no era algo que a mi me fuera a gustar.


Ay  pobrecito mi Poncho!!! Dul se fue con el Uckercito!! No les da como cosita??

Ayy si yo pudiera contarles lo que viene pero no.... Hasta mañana niñas!!!

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora