Capítulo 124 "La noche después"

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Poncho


Me quedé muy quieto, escuchando los escalones crujir a medida que avanzaban los pasos. De verdad deseaba que fuera Aarón, si a él no me hacía mucha ilusión verlo en ese momento, la sola idea de enfrentarme a otra persona me hacía querer esconderme debajo de la cama y no salir jamás. Quizás no fuera tan mala solución después de todo. Me removí algo incómodo en su cama. Ni siquiera había sido idea mía ir a su casa, pero supongo que él entendió que a mi casa era al último sitio que quería ir. ¿Cómo podía siquiera pensar en enfrentar a mi familia después de lo que había hecho? Finalmente los pasos se acercaron más y más, hasta que la imponente figura de Aarón se dibujó en el umbral de la puerta recién abierta. Y supongo que me vio, porque todavía no me había hecho invisible, que era lo que más anhelaba en ese instante.

- ¿Y? - mi voz salió rasposa y con cierta ansiedad.

- Ya se ha ido – me confirmó, cerrando la puerta tras él.

- ¿Cómo estaba?

- Tranquila. Supongo que le hará bien estar alejada de todo esto durante un tiempo – se encogió de hombros, mientras se dejaba caer sentado en el piso.

- ¿Cuando dices todo esto quieres decir "de mi"? - pregunté, más cansado que molesto.

- Quiero decir de todo. De ti, de Derrick, de Maite, de Abril... - su voz sufrió una ligera vacilación en la última palabra -, digamos que necesitaba aire fresco.

- Debe estar odiándome ahora mismo, y con razón – gemí, enterrando la cabeza entre mis manos.

- No lo creo, es más, me pidió que te echara un ojo mientras está fuera. Parecía preocupada – me aseguró con expresión seria. Pero era demasiado bonito para creerlo.

- No era yo quien estaba tirado en el piso – repliqué con dureza. En mi cabeza se repetía una y otra vez la escena, Derrick golpeándose contra una mesa y cayendo desplomado al piso. Una y otra vez, y otra, y otra... y siempre terminaba con la misma mirada de horror de Dul.

- ¿Quieres dejarlo? Mi primo está perfectamente bien de la cabeza... o bueno, todo lo bien que estaba antes del incidente – se corrigió, tratando de sonar chistoso. Ni siquiera se me pasó por la cabeza reírme.

- ¿Cómo quieres que lo deje? Podría haberlo matado – insistí, cerrando los ojos. No quería ver su expresión cuando entendiera que era cierto.

- Pero no lo hiciste. Además fue un accidente, ¿entiendes? Ac – ci – den – te – como si decirlo por sílabas fuera la solución -, no creo que hoy te hayas levantado con la idea de desayunar, ver un poco la tele y matar algún cristiano.

- Pero podría haberlo hecho.

- O podría haber sido completamente al revés, ¿qué tal que él te hubiera golpeado a ti? Fue en defensa propia, ¿ok? No creo que nadie vaya a acusarte de intento de asesinato.

- Tú no estabas allí, no sabes lo que pasó – me obcequé, levantándome de golpe. Mis nervios no me permitían seguir sentado mucho más tiempo.

- Claro que no, pero te conozco y sé que no querías hacerle daño – trató de permanecer tranquilo, ser la voz de la razón, pero se notaba que intentaba controlarse para no darme un puñetazo por intenso.

- Oh, créeme, si quería – tuve que admitir. Sería hipócrita negarlo después de como había actuado.

- Bien, se te subió la testosterona de golpe a la cabeza y querías golpearlo, ¿a quién no le ha pasado alguna vez? Pero estoy seguro de que no querías causarle ningún daño serio.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora