Capítulo 185 "Ponchito y la rueda de prensa"

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Poncho

Cena muy larga, pero conseguí sobrevivir. O al menos malvivir. Cierto es que Alfredo no había escatimado en esfuerzos a la hora de hacerme sonrojar, pero al menos había contado con la ayuda intermitente de Dulce y de Andrea, quienes después de reírse como las que más, debieron recordar que yo era una buena persona y no merecía morir de vergüenza. Y después del postre, flan casero hecho por Andrea al que no renunciaría ni por el peor de los comentarios verdes de Alfredo, terminó la mentada cena. Dulce se ofreció para lavar los platos, pero Andrea dijo que eso era trabajo de Alfredo, que no todo iba ser dormir, comer y hacerlo. Deseé arrancarme las orejas en vivo. O el corazón, porque que un señor de más de sesenta años tuviera más vida sexual que yo era triste a la par que vergonzoso.

Así que salí con Dulce de la cocina, después de despedirnos de la pareja, que se miraban como si fueran arrancarse la ropa de un momento a otro ... y no pude alegrarme más de nuestra retirada.

- ¿Te vas ya? - me preguntó Dul, una vez fuera del alcance de los oídos de Alfredo y Andrea.

Consulté mi reloj. No era tan tarde, apenas pasaban unos minutos de las once. Y no me apetecía nada volver a mi casa, con mi padre con cara de funeral porque yo no era novio de Ximena, con el verdadero novio de Ximena y ella misma en la habitación de invitados, comprobando que tan eficaz era la amortiguación de la cama, con mi hermana que no me hacía ni caso ... y sobre todo, sin Dul.

- No tengo prisa – respondí, encogiéndome de hombros. Sonrió, complacida, mientras me tomaba de la mano.

Subimos las escaleras en silencio. Ella, porque no tenía nada que decir. Yo, porque no podía dejar de darle vueltas al viaje de Andrea. ¿Sería sola o acompañada por su nieta? Y la visión de una maleta negra en medio del pasillo no hizo más que martillear mi pobre cerebro.

- ¿Ves? Si yo hubiera dejado así las cosas, tiradas de cualquier manera, tendría que oír de todo – se quejó, echando una mirada desdeñosa a la maleta. Asentí, dándole a entender que me solidarizaba con ella, pero no añadí nada.

Y entramos en su habitación.

No era un hecho insólito en sí. Yo había entrado mil veces en su habitación, ella había entrado en la mía, nos habíamos quedado a dormir uno en la casa del otro ... la mayoría de las veces en la misma cama. De hecho, ya lo habíamos hecho varias veces durante ese verano, con reacciones fisiológicas por mi parte un poco ... revolucionadas.

Sin embargo, en ese momento parecía algo completamente distinto, de alguna forma mucho más ... íntimo. Supe que ella también lo percibía así por la forma en la que se quedó parada justo cuando cruzamos la puerta. Había algo en la forma en la que cruzaba los brazos sobre el pecho, o como lo inspeccionaba todo ... en cierta forma parecía una postura defensiva. Me obligué a caminar y actuar con normalidad. No era ningún cavernícola, el hecho de que estuviéramos solos y con una cama disponible no significaba que tuviéramos que usarla necesariamente. Yo no era como los demás, que la veían como un bello objeto de decoración, que se usaba y luego era fácilmente olvidable. Como ella los usaba a ellos, por otra parte. Supongo que el hecho de que no se aventara sobre mí debería ser un alivio, no tenía pensado despacharme a la primera de cambio. Me regañé mentalmente por esos pensamientos mientras me sentaba en la cama, con las piernas colgando hacia fuera. Escuché como cerraba la puerta tras ella, y bajé la mirada hasta el piso, donde había pares sueltos de tenis y pantuflas tirados. Noté como el colchón cedía bajo su peso. Se había sentado a mi lado, en la misma postura en la que la había encontrado junto al río. Las puntas de sus pies rozaban mi pierna izquierda. Me quedé un momento absorto, mirando el multicolor estampado de sus calcetines. Su voz me sacó de mi estado ido.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora