Capítulo 141 "El día después"

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Dulce


Cuando me desperté, creí que necesitaría una espátula o algo para abrir mis ojos. Estaba tirada sobre el piso de mi habitación, con todo el cuerpo dolorido y sintiendo un malestar que nada tenía que ver con haber dormido así las escasas cuatro horas que había podido conciliar el sueño. Cuando alcé la vista hacia mi cama, noté que Diana no estaba en ella y que la cobija estaba extendida sobre mi cuerpo. Me senté, tratando de desentumecer los hombros con leves movimientos rotatorios. Poco efectivo. Me froté los ojos con los puños, notándolos hinchados. En ese momento alguien tocó la puerta, imaginé que Diana porque mi madre no tendría el suficiente valor para adentrarse en mi leonera en esos momentos. En un acto reflejo un poco *beep*, aventé la cobija sobre mi cabeza, quedando cubierta como un fantasma. Ni siquiera podía imaginarme lo mala cara que tenía, pero me hacía una idea después de dos lloreras en la misma noche, así que prefería ahorrarle el susto.

- Pasa Diana – le indiqué con voz ronca.

Así lo hizo, como pude ver por una ínfima ranura que había quedado. Se llevó una mano a la boca tratando de contener una carcajada, lo cual fue un detalle. Torcí el gesto, aunque no pudo verlo.

- ¿A qué estás jugando?

- Te estoy haciendo un favor, no quiero que se te fundan las retinas – repliqué, aunque el sonido sonó algo amortiguado.

- No me preocupa eso – declaró, sentándose junto a mi en el piso luego de cerrar la puerta. Me quitó la cobija de la cabeza, despeinándome aun más (si eso era posible) en el proceso.

- Gracias – bufé, aplastando mi pelo como pude.

- ¿Qué pasó anoche? - me espetó. Podía ir menos al grano, la verdad.

- Lo que tenía que pasar – concluí, quitándome la cobija del resto del cuerpo. Todavía estaba vestida como la noche anterior.

- ¿Y eso es ...?

- Algo sobre lo que no quiero hablar – completé, parándome torpemente. Tenía hasta las pompas dormidas.

- Pero de lo que deberías hablar. Ayer llegaste llorando Dul, algo malo tuvo que pasar – insistió, atravesándome en mi camino hacia la libertad, es decir, la puerta.

Si, después de que Poncho me hubiera mandado a la chingada, justo lo que me merecía para hablar con la verdad, no había podido contener las lágrimas subiendo las escaleras, y aunque había podido evitar que mi madre me viera así, no había tenido tanta suerte con Diana. De todas formas no quería hablar, así que me encerré en el baño hasta que creí que se me caerían los ojos de tanto llorar. Cuando se me enfrió el trasero de estar sentada al lado de la ducha, decidí ir a mi cuarto, donde estaba Diana durmiendo. Me senté de nuevo en el piso, como si no mereciera estar en contacto con otro ser humano. Y allí me quedé. Supongo que Diana se había despertado y al verme me había cubierto con una cobija.

- Le dije que me iba con mi abuela y no se lo tomó demasiado bien – respondí, sintiendo un punto palpitante en la sien. Fantástico, dolor de cabeza, justo lo que necesitaba en ese momento.

- Ya ... ¿piensas que soy *beep*? Se fueron de la fiesta como a la una y llegaste a casa a las seis y media. ¿Hablaron de eso y luego jugaron parchís?

Ah, ok, ella quería los detalles morbosos. También me di cuenta de que tenía que haberse buscado a alguien que le diera un aventón porque yo la había dejado en la estacada, pero no me sentía demasiado mal por eso, era peor lo mío.

- No, nos fuimos a la playa – admití en un suspiro. Quería volver allí, a ese momento y a ese lugar.

- Y no precisamente a nadar – entendió con una sonrisa pícara en su cara.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora