Capítulo 96 "Llegar al límite"

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Dulce



Volví a mirar el cuentakilómetros. Ciento cincuenta. Intenté pasar por alto la temeraria forma de manejar de mi "captora" y me concentré en hacer cuentas. ¿A qué velocidad saldría disparada del carro en caso de abrir la puerta e intentar fugarme? Supuse que a una a la que no sobreviviría. Me hundí un poco más en el asiento del copiloto, desechando ese plan de huida. Ok, entonces tendría que ser otro, pero yo no me podía quedar más tiempo con esa aprendiz de psicópata.

Desde que me había llevado prácticamente a la fuerza hasta su destartalado carro, que parecía sacado de un vertedero más que de otro sitio, no intercambiamos ninguna palabra. Yo estaba demasiado asustada como para saber que decir y ella supongo que demasiado concentrada intentando superar la velocidad de la luz. Tragué saliva, sintiéndome más desamparada que nunca ante mi destino incierto. ¿Qué querría hacer conmigo? ¿Por qué le interesaba? Y lo más desconcertante ¿por qué demonios me había odiado siempre?

Miré a través del vidrio de mi lado, recostándome ligeramente hacia ese lado. Sería fácil cerrar los ojos y fingir que nada de eso estaba ocurriendo, que estaba en mi cama tumbada, en ese momento tan placentero en el que uno se arropa y deja que las preocupaciones se esfumen como una ligera neblina y se entrega a los brazos de Morfeo. Pero no era así.

Lo único que habría podido consolarme sería que Poncho estaba a salvo. Pero ni eso me servía, porque no sabía si realmente era así. ¿Y si me había engañado? ¿Y si había cumplido su amenaza a pesar de todo? Abril era de Kessel, esa gente convivía con la violencia y el engaño a diario, para ella sería de lo más normal mandarle a sus matones que golpearan hasta la saciedad a Poncho aunque yo hubiera accedido a su maldito chantaje. Solo me aferraba a la esperanza de que quedara en el fondo de ella algo del cariño que había sentido por Aarón, y que ese mismo cariño le impidiese dañar a su mejor amigo.

Teníamos más de veinte minutos en ese coche, recorriendo oscuras y solitarias carreteras que yo no conocía de nada, o al menos eso me parecía. La iluminación se limitaba a la leve luz blanquecina de los faros del coche. No podía identificar nada más que las terroríficas sombras que proyectaban los árboles a nuestro paso.

Llegados a ese punto, no podía soportar más el no saber que tramaba. Le eché un vistazo. Su expresión era ausente, como si realmente no estuviera prestando demasiada atención a lo que hacía, algo preocupante teniendo en cuenta la velocidad a la que íbamos. Volví a mirar le cuentakilómetros. ¡Ciento ochenta! ¡Esa mujer quería matarnos o qué!

- ¿A dónde vamos? - me atreví a preguntar, escuchando mi voz ligeramente trémula.

- Vaya, creí que te habías quedado muda – se burló, torciendo la boca en un gesto que parecía querer emular una sonrisa.

- ¿A dónde me llevas? - repetí, sintiendo un escalofrío al cruzarnos con otro carro. Me di cuenta de que ese era solamente el tercero que veíamos desde que nos incorporamos a esa carretera.

- ¿Por qué tiene que haber un lugar? ¿No podemos simplemente... ir por ir? - divagó, tamborileando con los dedos con impaciencia sobre el volante.

- ¿Qué estás diciendo? - le pregunté como si creyera que era una demente. Y me arrepentí en el acto de haber pronunciado esas palabras en voz alta.

- Algo que tu no podrías entender – repuso con suficiencia. Puse los ojos en blanco. Si hasta una loca como ella me trataba de tarada...

- Cómo tu digas... ¡EH! - no pude reprimirme más -. Vamos a casi doscientos, ¿te has dado cuenta?

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora