Capítulo 121 "Removiendo la mierda del pasado"

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Dulce

Tan pronto dejé mi bicicleta frente a la casa de Derrick, me recorrió un escalofrío. No es que él viviera en Kessel (menos mal), simplemente, la casa parecía emitir alguna clase de vibraciones negativas. Lo sé, estúpido, pero era la impresión que yo tenía al menos. Derrick vivía en la otra punta del pueblo, bastante cerca de la playa, a decir verdad. Yo tenía un ratote andando, y él nada en menos de cinco minutos allí estaba. Qué suerte. Yo tampoco me podía quejar, cuando iba en moto siempre llegaba rápido... bien la moto llevaba a Poncho y Poncho llevaba a mucho calor, así que mejor dejar las cosas por el momento.

Subí los cuatro escalones que habían como antesala de la puerta y toqué el timbre. Esperaba que ya se hubiera levantado, o que estuviera en casa. Si, sé que podría haberle avisado, pero me apeteció caerle de sorpresa. Al minuto o así, cuando ya estaba perdiendo toda esperanza, alguien abrió la puerta. Era una mujer de la edad de mi madre más o menos, pero bastante más estropeada. El pelo ligeramente cano estaba descuidadamente recogido en una cola de caballo castaño claro. Su rostro, plagado de arrugas de expresión, tenía un inquietante tono pálido, lo cual sumado a lo mal que me estaba mirando, no era demasiado alentador. Acomodó la bata de cuadros verdes sobre su enclenque anatomía y cerró los ojos brevemente antes de volver a mirarme con expresión entre molesta y cansada. Me pregunté si guardaría el celular en las bolsas que tenía en los ojos y me di un zape mental por ello. Obviamente era la madre de Derrick, a todo esto.

- ¿Si?

- Este ... hola – saludé, dejando asomar una pequeña sonrisa de cortesía. El rostro de la mujer siguió igual de avinagrado -, estoy buscando a Derrick.

- Espera un momento – me pidió, arrastrando las palabras. Pobre mujer, que poca ansia de vivir.

- Claro.

Se metió dentro de la casa con paso lento y cansado. Todo en ella parecía requerir el doble de esfuerzo que para el resto de las personas. Escuché gritos dentro, pero eran dos voces de hombre, una de Derrick y otra que no reconocí, pero supuse que sería su padre. De fondo había algunos murmullos, pero no pude saber si se trataba de la tele o era su madre, con esa alegría de vivir. Finalmente, salió ataviado con una playera azul oscuro, unos jeans también oscuros y la mirada azul a juego.

- ¿Mal momento? - me atreví a preguntar.

- Si, pero nunca encontrarías uno mejor, así que... - se encogió de hombros, de repente se escuchó una voz de fondo.

- ¡NO VUELVAS TARDE, TIENES QUE CHAMBEAR ALGO, PARA VARIAR!

Derrick puso los ojos en blanco y cerró con un portazo por el que mi madre me hubiera dado un buen grito.

- Vamos a dar una vuelta – decidió. Ni siquiera se me pasó por la cabeza el negarme.

Caminamos en silencio durante unos minutos. Al poco tiempo, casualmente o no, llegamos a la playa. Antes de meterme en la arena, me molesté en quitarme los tenis. Derrick ni eso. A esas horas no había nadie por allí. Supongo que la gente no tenía ganas de madrugar, y como la playa seguiría allí por la tarde, no era necesario esforzarse demasiado para broncearse. Me hubiera gustado decir que nos quedamos escuchando el rumor de las olas porque era algo tranquilizador y bonito, pero no era por eso. Era porque él emanaba tanta tensión como si lo acabara de atravesar un rayo, y yo no tenía ni idea de que decirle para no despertar a su bestia interior. Finalmente decidí suicidarme.

- Oye... ni te apures por lo de tu jefe, si hay alguien que entiende de familias que te vuelven loco soy yo – traté de animarlo. Me miró con una ceja alzada.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora