Capítulo 101 "No somos culpables de nada"

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Dulce


- ¿Quieres que sigamos? - me preguntó Derrick por tercera vez en todo el trayecto. Si que debía de tener mala cara.

- Si tú estás cansado y quieres parar no me pongas como excusa – me burlé, aunque agradeciendo infinitamente su idea de detenernos. Estaba claro que recuperarse de un accidente, por muy indemne que saliera uno, no era tan fácil.

- Gracias, creí que me desplomaría – replicó con sarcasmo. Y a pesar de ello se me salió una sonrisa. En ocasiones su sarcasmo no era tan desagradable.

Luego de nuestra sorprendente y civilizada charla en la "obra de caridad" del chalado doctor House mexicano, salimos a dar una vuelta por los alrededores. Derrick no me había dado el nombre exacto de nuestra ubicación, pero tampoco me importaba. Todo lo que sabía era que estaba bastante alejado de Ikal, que era justo lo que yo necesitaba en esos momentos.

Visto desde fuera, el bar del doc parecía una simple casa de campo. Era bastante bonita, eso si, y sobre todo se notaba el esfuerzo que habían depositado en ella. Estaba construida con piedra de un color claro y bien conservada, que era recorrida por verdes enredaderas en algunos puntos y estaba rodeada de un amplio jardín con altos arbustos que le daban cierto aire a laberinto. Me sentí un poco como Alicia en el País de las Maravillas, pero sin el conejo, que siempre me ha parecido un sangrón. Los cánticos de los pájaros que se apoyaban en los árboles frutales eran la banda sonora de ese día soleado de junio, y contribuyeron a mejorar ligeramente mi estado de ánimo. Y en verdad necesitaba cualquiera cosa que me ayudara.

Los terrenos que rodeaban la casa también parecían pertenecer a ninguna parte, alguna especie de limbo donde se había detenido el tiempo. Justo lo que yo no quería, tener la oportunidad de reflexionar sobre lo que estaba haciendo. Porque a pesar de ese escenario idílico, una molesta vocecilla en mi cerebro me repetía cada dos segundos que me estaba comportando como una escuincla y preocupando a gente que me quería por una chiquillada. Entonces otra voz le contestaba que no había tal gente, y la otra parecía vacilar ligeramente. Pero luego volvía con lo mismo. Así que lo único que yo tenía claro a esas alturas era que me estaba volviendo loca, porque lo de las voces en mi cabeza no podía ser muy buena señal.

Nos sentamos en un tronco que había tirado unos metros delante de nosotros, sin articular palabra. No sabía que decirle. Y no porque me sintiera incómoda, sino por todo lo contrario, porque se me hacía raro sentirme tan cómoda con él. Entonces me sentía incómoda porque me hacía sentir cómoda ¿Quién me entiende?

- ¿Pensando en regresar? - rompió el silencio al fin. Solté un suspiro casi imperceptible y lo miré de soslayo.

- Por muy poca ilusión que me haga, tengo que hacerlo, no puedo esconderme para siempre – me resigné.

- Mira, yo no voy a decirte lo que tienes que hacer, pero ya están avisados de que estás bien, si necesitas más tiempo para pensar...

- No – respondí con determinación -. No tengo nada que pensar.

- Cualquiera en tu lugar lo tendría – insistió, tratando de parecer desinteresado. Pero el brillo de sus ojos me indicaba algo completamente diferente.

- Ya, y eso lo sabes, porque... - traté de sonsacarlo. Me estaba volviendo loca no saber lo que le había pasado.

- ¿No vas a parar hasta saber cual es mi drama, no? - preguntó con exasperación, poniendo los ojos en blanco.

- O hasta que me amordaces para que me calle, lo que pase antes – bromeé, provocando que esbozara una sonrisa torcida.

Así era como sonreía él la mayoría de las veces, nunca era una de esas sonrisas felices en la que pareces querer enseñar todas las muelas... torcía los labios ligeramente, tanto así que nunca se sabía a ciencia cierta si era una sonrisa o una mueca.

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora