Cap 58: "Mensajes Encubiertos"

295 16 6
                                    

DUL


Me incorporé de golpe, notando como pequeñas gotas de sudor se deslizaban por mi pecho. Precisamente allí llevé mi mano, tratando de acompasar mi respiración, mientras que con la otra realizaba un vano intento de apartar de mi cara el revoltijo que anteriormente había sido mi pelo.

Aunque el sueño de esa noche no había sido, ni de lejos, tan horripilante como el de la anterior, tampoco había sido precisamente agradable. No podía recordarlo bien, solo venían a mi mente imágenes descoloridas y borrosas, como vistas a través de unos lentes sucios, donde Ximena y Poncho eran los protagonistas principales, mezclados con Ucker, Derrick, Edgar y Pulgoso, el perro de Giovanni, el cual bailoteaba animadamente con Aarón. No pude evitar sonreír ligeramente al rememorar esa parte del sueño. Esos dos serían una pareja perfecta, salvando la diferencia de la especie.

Luego recordé porqué me había despertado tan abruptamente. Poncho besando a Ximena. Noté como se me tensaban todos los músculos del coraje solo de pensarlo. Me revolví en medio de las cobijas, tratando de salir del embrollo que había formado durante mis escasas horas de sueño. Agarré el celular para mirar la hora. Bueno, era temprano, apenas las seis de la mañana, podría dormir, como mínimo, dos horitas más.

Consolada ante esa posibilidad, me recosté cómodamente sobre mi almohada, cerrando los ojos y obligando a mi dañado cerebro a sustituir las imágenes de los tórtolos por cualquier otra cosa, gatitos persiguiendo ovillos de lana, chavos encuerados persiguiendo una pelota... pero nada. Es cierto que todos los caminos llevan a Roma, solo que en mi caso, Roma era Poncho. Pensase en lo que pensase, mi mente siempre terminaba inundada por su rostro y, más que ocasionalmente, el de su novia. Enfurecida, agarré mi almohada y me la coloqué sobre el rostro, como si quisiera ahogarme, a pesar de que en realidad tenía ganas de ahogarlos a ellos. Bien pensado, ahogada dejaría de mortificarme por él ¿no? Aunque, para ser sinceros, llegados a ese punto, era muy capaz de volver desde la muerte para fregarlo. Soy muy obstinada.

Y en ese momento, me salvó la campana. O mejor dicho, la vibración de mi celular. O mejor dicho, del celular que Mai me había dejado.

- ¿Bueno? - pregunté adormilada.

- ¡Buenos días dormilona! - me saludó la única persona que podía tener tanta energía a esas horas. Anahí.

- Annie, en buena onda ¿miraste algún reloj antes de marcarme?

- Si, burris, sé perfecto que hora es – se rió. Pues yo no le veía lo chistoso por ningún sitio – la hora perfecta para empezar a prepararse, hoy es un día mega importante y no puedes ir de cualquier forma ¿eh?

- ¿Cómo? - repliqué mientras mi cerebro escaso de sueño procesaba la información.

- Pues que agarres tu ropa y te prepares porque en quince minutos estoy ahí – y no era una pregunta, que conste. No era "¿Dul, te apetece venir de madrugada a mi casa a sufrir una tortura de dos horas de peluquería y maquillaje?" Era "Vienes a mi casa sufrir la tortura quieras o no".

- Annie – gimoteé con la intención de ablandarla. Pero Anahí no se ablandaba con nada cuando se trataba de esas cosas.

- Te quedan catorce minutos y cincuenta segundos – me advirtió con voz cantarina antes de colgar. Aun encima me cuelga.

Me levanté para dejar el celular en el buró y luego eché una última ojeada lastimera a mi camita calentita, cómoda, mullida... y sentí una ola de resentimiento hacia Annie. Hundiendo los hombros como gesto de resignación, comencé a quitarme los shorts de mi pijama. Despacio y sin muchas ganas, me puse un chandal gris que encontré por allí tirado de cualquier manera en una silla. Agarré una pequeña bolsa de viaje y guardé el "uniforme de pingüino", y una muda. Estaba segura de que la necesitaría. También metí los elegantes zapatos a juego con el uniforme, los cuales había estado frotando durante diez minutos siguiendo las órdenes de mi madre. Otra manía de las madres, que uno traiga el calzado prácticamente luminoso de lo limpio. ¿Quien las entiende?

Un Verano para RecordarDonde viven las historias. Descúbrelo ahora